Marc González | Jueves 04 de septiembre de 2014
Cada vez que el rey, el presidente del gobierno o uno de sus ministros realizan un vuelo de larga distancia –de esos que no pueden hacerse en un Falcon-, el dichoso Airbus A-310 de la fuerza aérea se escacharra y deja en tierra a sus pasajeros. Somos el descojone mundial y los reyes del papelón por semejante costumbre ¿Es el A-310 un trasto? No hombre, no, se trata de una aeronave que en su día –hace más de treinta años- contaba con la tecnología más puntera, un aparato que durante lustros ha servido en distintas aerolíneas españolas y de todo el orbe en vuelos transoceánicos, sin incidencias. Por tanto, no se trata de fallos de diseño del Airbus, sino de la famosa pila, sí, de la pila de años que hace que circula.
Pues a España, a su constitución y a su organización territorial le pasa exactamente lo mismo que al Airbus que esta semana ha retratado dos veces a Margallo, es decir, que en su momento fue un diseño novedoso y moderno y hoy ya no nos sirve. Se estropea y ya no quedan piezas.
Algunos se empeñan en mantener la vigencia del diseño de 1978, apelando al manual del constructor y tratando de reparar lo irreparable.
Pero es que, además, todo ello era previsible, aunque naturalmente nadie lo previó. Se trata de la obsolescencia programada, como la de las lavadoras.
Un estado que recobraba entre otros el derecho a la diferencia, a discrepar, un cierto respeto y promoción de las lenguas y culturas de sus distintos territorios y la posibilidad de acercarles el gobierno, después de décadas de represión –no solo con Franco-, era natural que produjese ciudadanos más conscientes en cada una de las nacionalidades que lo conformaban y, desde luego, más dispuestos a defender esos valores que sus predecesores, lo cual ocasiona tensiones con la actual estructura, manifiestamente injusta e inviable. ¿Fue un error ese diseño? De ninguna manera, fue una vía de supervivencia plasmada en un régimen democrático que ha funcionado razonablemente bien durante tres décadas. Como el Airbus. Éramos ejemplo universal de democracia parlamentaria surgida de un régimen dictatorial.
¿Qué le pasa a España? Pues que, o modifica las bases sobre las que se sustentó la constitución de 1978, o el avión se va a caer, así de claro.
Somos un país peculiar, es cierto, y no lo digo en tono despectivo, sino descriptivo. Convendrán conmigo que nuestros elementos de integración nacional no son homologables a los de franceses o estadounidenses, por poner dos ejemplos claros. Somos una verdadera nación de naciones y la Carta Magna de la transición no se atrevió a reconocerlo, aunque lo esbozó.
Lo cierto es que los que amamos este país, con todos sus defectos, y aunque abominemos de ellos constantemente, no podemos permanecer impasibles a la incapacidad de los actuales dirigentes para rediseñarlo de manera que los catalanes, los vascos y el resto de ciudadanos del resto del territorio español se sientan cómodos y queridos por sus compatriotas.
Es necesario sentarse ante la mesa de dibujo y comenzar a trabajar ya.
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