OPINIÓN

El encarcelamiento de Antonio Alemany

Joan riera | Miércoles 03 de septiembre de 2014
Cuando la Justicia está de por medio, la soberbia es muy mala consejera, es la peor enemiga de todo ser humano que ama la democracia y la libertad. Es penoso y deprimente ver ingresar en prisión a un hombre de 75 años, en este caso un veteranísimo periodista que ha repartido patentes de buenos y malos, de ángeles y demonios, durante medio siglo. Pero en este caso concreto, el afectado ha hecho todo lo posible para provocar el patético desenlace final. Tal vez, dada su edad, piense que va a salir muy pronto sin tener que cumplir, ni de lejos, los 27 meses a que ha sido condenado. Pero tantas ínfulas de suficiencia pueden gastarle una nueva mala pasada.

Antonio de Pádua Alemany Dezcallar se hizo famoso a mediados de los años setenta del siglo pasado, cuando era el director de Diario de Mallorca, por su decidido enfrentamiento con una dictadura que agonizaba y por la defensa de los valores democráticos. Su artículo Señor gobernador, de enero de 1976, un durísimo ataque contra el por entonces todopoderoso Carlos de Meer, marcó aquellos meses tan inciertos.

Pero el posterior desarrollo profesional de Alemany escoró por un lado hacia un rancio reaccionarismo cada vez acentuado y enfermizo y por el otro por sus obsesivas fobias hacia todos los que no pensaban como él. Se construyó una torre del orgullo y de la displicencia que al final ha determinado su humillación pública al tener que pasar por la cárcel. Tenía entre sus admiradores a Jaume Matas y su turbulenta manera de entender el manejo del dinero público. Y lo ha pagado. Si Alemany, al ser imputado por el asunto de la Agencia Balear de Noticias y porque le escribía los discursos a Matas, hubiera bajado la cabeza y pedido perdón por sus errores,seguramente ahora no estaría entre barrotes.

Pero hizo todo lo contrario. Acudió al juicio, que duró más de una semana, ataviado con ropa inglesa de gentleman de primera calidad, incluyendo un traje Príncipe de Gales, mirando con sonrisita de suficiencia a fiscales y jueces. Anteriormente, en un publicación digital y en otros medios, repartió mandoblazos contra el Ministerio Público olvidando que los fiscales actúan en nombre de la sociedad. Él mismo se ha metido en camisa de once varas. Él mismo, ya septuagenario, se ha convertido en una caricatura de aquellos a quienes tanto vapuleó en el pasado. De Meer era un gobernador civil chulo como un ocho, que veía rojos hasta debajo de las piedras y que llegó a ordenar a la Policía que entrase dentro de la Iglesia de Sant Miquel para que desalojar a un grupo de sindicalistas que protestaban cuando España aún era una dictadura nacionalcatólica. Aquel joven Alemany se mofó de De Meer y le calificó de "falso mercader del templo". Entonces tenía sentido aquella befa e hizo mucha gracia. Ahora es él quien mueve a la conmiseración.

A lo largo de su vida Alemany se ha dedicado a repartir etiquetas caricaturescas a troche y moche, sin sentido, y cada vez más transformado en un vetusto ultramontano. Al que firma este artículo le calificó durante años de cartaginés, jefe de la Falange cartaginesa, púnico o Asdrúbal  a través de las páginas de El Mundo. Era su estilo. Desprecio sin sentido y sin norte. Huera vanidad sin contenido. Ego sin corazón. Finalmente, ofendido porque le habían imputado,  despreció a los fiscales y les atacó con virulencia. Y así le ha ido. El que un día fue látigo de De Meer pasa ahora una temporada a la sombra en la carretera de Sóller. Cosas veredes. Y encima también ha arrastrado a su fan Matas al penal de Segovia. Hay amores que matan.

 

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