“Los parientes no pagaban. Hacían el favor de “usar” mi bufete. Los pobres tenían su “turno de oficio”.Y las putas, ¿qué diré yo de las putas? Algunas me ofrecieron su cuerpo, porque –me miraban a los ojos- no tenían nada más”.
No lo digo yo, lo dice Damià Barceló Obrador en El letrado y la justicia en la novela picaresca clásica española.
Salvo alguna rara avis, todos trabajamos para ganar dinero. Aunque se nos haya repetido aquello de que “El trabajo dignifica”, me atrevo a decir que con una cuenta corriente muy nutrida, nos daría igual ser lo más ‘indigno’ del mundo. Eso no quiere decir que estuviéramos ociosos todo el tiempo, o que no estudiáramos aquello que nos apetece, no obstante, nos lo cogeríamos a otro ritmo ¿A qué si?
Puede que también, ante este hipotético escenario, nos diese igual regalar nuestras horas de trabajo y nuestros conocimientos, es decir, no pediríamos cobrar por ello ni analizaríamos cuál es el pago que nos merecemos por nuestros servicios. Porque… sí, aunque a más de uno no lo reflexione, no por el hecho de tener una profesión de carácter intelectual signifique que no tiene un valor. Y me explico.
Si usted es psicólogo, a buen seguro que a más de uno se le habrá iluminado los ojos cuando lo ha sabido, y le habrá preguntado sutilmente qué hacer ante su depresión tipo “lo tengo todo para ser feliz pero no lo soy”; si es médico, alguien le habrá interrogado sobre si ese síntoma es digno de preocupación; y si es abogado, habrá visto como una llamada de cortesía se convertía en una consulta sobre un negocio o contrato.
Parece que si un trabajo requiere de bienes materiales no fungibles está más valorado dentro del subconsciente colectivo. Nadie suele atreverse a pedir a un albañil que le realice una obra gratis o a un carpintero que le regale una alacena, sin embargo, al músico siempre le cae la petición de tocar en una boda y, muy lejos de escuchar un “Ya me dirás qué te tengo que pagar”, se suele encontrar la tarjeta del banco junto con la invitación.
Pues yerran. Al psicólogo, médico, abogado o músico le ha costado no sólo años, sino también dinero poderle asistir en sus problemas o necesidades, y su sustento de vida consiste en ello. Al igual que descargarse música ilegalmente por Internet es hacer un flaco favor a la creación artística, pedir a alguien que le aporte gratuitamente sus saberes es hacer, con todos mis respetos, el gorrón.
Corolario: si no quisiéramos cobrar montaríamos una ONG.