Emilio Arteaga | Martes 12 de agosto de 2014
La Organización Mundial de la Salud ha emitido, por fin, una declaración de emergencia internacional para el brote epidémico de Ébola del África Occidental. Seis meses y casi mil muertos después del primer caso, pero bien está. Eso sí, es difícil sustraerse a la sensación de que el tema se ha acelerado cuando han empezado a contagiarse y a morir ciudadanos de países del primer mundo.
El espectáculo mediático de la repatriación de un médico y una enfermera a los Estados Unidos, en un avión exclusivo, con el personal con los trajes protectores especiales, que parecen astronautas, el despliegue de medios a su llegada, el ingreso en el hospital en un ala especial de aislamiento estricto y el tratamiento con un fármaco experimental, así como su repetición casi mimética en el caso de los dos ciudadanos españoles, evacuados en el propio avión presidencial e ingresados en un hospital vaciado expresamente para ellos, no deja de enviar un mensaje a los africanos: no reparamos en medios para los nuestros, para vosotros, ya veremos. La no evacuación del misionero y la enfermera africanos que trabajaban con nuestros conciudadanos y que han muerto en los días transcurridos desde su traslado a Madrid, no hace sino reforzar esta imagen.
La fiebre hemorrágica producida por el virus Ébola no es sino una más de las muchas enfermedades infecciosas que afectan a los países en vías de desarrollo. Para aquellas que también nos afectan a nosotros, como la tuberculosis, el SIDA, o la meningitis meningocócica, disponemos, en general, de tratamientos o vacunas eficaces, que no siempre están al alcance de estos países. Las que no nos afectan constituyen lo que la OMS considera “Neglected Tropical Diseases (Enfermedades Tropicales Olvidadas)”, aunque la traducción de “neglected” también podría ser “desatendidas”, “descuidadas”. Entre ellas están el dengue, la enfermedad de Chagas, la tripanosomiasis africana (enfermedad del sueño), la úlcera de Buruli, la lepra, la filariasis linfática, la oncocercosis y la esquistomiasis.
Hace unos días, una médico desplazada a la zona con una ONG para colaborar en el tratamiento de los pacientes y en el control de la epidemia, hizo una referencia explícita a este olvido cuando el locutor, al acabar la entrevista, le dio las gracias por haber atendido a la llamada y ella contestó dando las gracias porque alguien se había acordado de ellos, de los que trabajan sobre el terreno en condiciones precarias y arriesgando la salud, o incluso la vida, y de los enfermos, que si no fuera por ellos estarían dejados de la mano de Dios.
Debido a que los países que padecen estas enfermedades tienen una más que escasa capacidad de gasto en asistencia sanitaria, estos procesos no son atractivos para la industria farmacéutica, puesto que la expectativa de negocio es mínima o nula, de modo que no dedican recursos a investigación y desarrollo de tratamientos para los mismos. Por tanto, deberían ser las instituciones públicas, lideradas por la OMS, las que emprendiesen un esfuerzo internacional de investigación para el diagnóstico, tratamiento y prevención de estas enfermedades. A este esfuerzo deberían sumarse las industrias farmacéuticas aportando fondos y capacidad de producción y distribución a precios asequibles para el tercer mundo.
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