María Juan | Lunes 07 de julio de 2014
El verano da miedo. Se espera tanto de él. De sus días interminables, de las altas temperaturas, de las playas, de los turistas, de las fiestas populares. Pavor.
Son dos meses que pasan, ni siquiera volando. Un paréntesis que sirve tanto para el desenfreno, como para la siesta, para el descanso o para la frustración.
Dos meses de avidez y velocidad. Un poco inútiles también.
Las vacaciones es un concepto diferente al verano. Por supuesto, es ocupación veraniega en la mayoría de los casos. Y éstas sí pasan demasiado rápido.
Solamente a los escolares se les solapa el verano con las vacaciones. Y a algunos profesores, cierto.
Ya que seguro adaptan la Carta Magna a las demandas y necesidades de la sociedad actual, podemos pedir un nuevo punto: derecho a vacaciones dignas. Por pedir que no quede. También defiende la Constitución derecho al trabajo y a una vivienda. Ni de lejos se cumple y a todos nos parece bien.
El verano también tiene su lado positivo. Y cómo a todo, en este pedazo de historia que nos ocupa, hay que sacarle el polvo.
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