OPINIÓN

Hasta luego, Javier

Jaume Santacana | Martes 24 de junio de 2014
“Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Cuando un amigo se va, va dejando una huella que no se puede borrar”. 

Así de sencillo es el pensamiento popular. Y así de simple reza la letra de una de las sevillanas más sentidas de la historia andaluza. Y así de rotunda es la muerte.

Javier Benavente –mallorquín de mucha adopción- nos ha dejado. Se ha marchado sin pedir permiso a nadie; nadie se lo hubiera dado. Humano con una personalidad extremadamente original, Javier gozaba de un recurso mediante el cual su rostro conseguía reflejar una seriedad aplastante, inescrutable, consistente, mientras que su interior rezumaba cariño, amistad, buen amor.

Tuve el placer de trabajar con él en la Televisió de les Illes Balears (IB3); coincidimos durante un par de años y nos reflejamos mutuamente un sentimiento cercano desde el primer día en que nos pusimos en contacto. Uno no sabe exactamente el motivo pero, a veces –que no a menudo- la vida te ofrece personas con las que inmediatamente se conecta de modo positivo. Ese es el caso. Javier y yo hablamos poco pero nos conocimos mucho. Nos comunicábamos sin necesidad de gastar demasiadas palabras. Eso, cuando ocurre, es gratificante.

La mirada de Javier fue siempre, para mi, un ejercicio de bondad a través, eso sí, de una pantalla superficial que se asemejaba a la mirada de un pirata. Eso, un pirata bueno. Yo le imaginaba a bordo de un bajel, con su pata de palo, su garfio y su pañuelo anudado en la cabeza, en medio de una terrible tormenta; y con su cara real, impasible, con el humor y la ironía bien escondidos en su corazón.

Cada vez que nos cruzábamos en un pasillo de la tele o de la radio o nos encontrábamos en una cena o por la calle, Javier demostraba –sin dejarlo traslucir excesivamente- un sentimiento de alegría inconfundible. Ahí radica la esencia de la verdadera amistad; lo demás son pamplinas.

Hombre de pocos estupores y de elegancia profunda, su profesionalidad era humana y tierna. Siempre hallaba la manera de pensar más cosas y de intentar hacerlas mejor. Una gran ayuda, silenciosa, respetuosa, amable.

Lo siento mucho por Rosa, su esposa y sus hijos Anais, Ángel y Violeta que han disfrutado de un buen marido y mejor padre; pero la verdad es que lo siento mucho más por todas aquellas personas que no han tenido la maravillosa oportunidad de cruzarse en su camino, perdiéndose –sin querer, claro- el privilegio de su especial contacto personal.

¡Gracias, Javier!

PS. Sí, soy consciente de que este escrito no tiene nada que ver con el auténtico periodismo de manual. Puede que a los lectores no les haya parecido interesante; pero un servidor se ha sentado en frente del teclado y la tristeza le ha dictado este sencillo texto. Lo siento.

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