Lunes 09 de junio de 2014
Aún no está claro si la infanta Cristina, imputada en el caso Nóos, acudirá a la proclamación de su hermano menor Felipe como Rey de España el próximo día 19. Los primeros indicios apuntan a que continuará en Suiza, donde reside, aunque no hay confirmación oficial al respecto.
En todo caso, este silencio oficial sobre las intenciones de Cristina constituyen todo un símbolo de las auténticas causas que han forzado al relevo en la jefatura del Estado. Es evidente que las actividades de Iñaki Urdangarin, principalmente en Mallorca, han minado de manera enorme el prestigio de la Monarquía y han pesado de forma determinante en la decisión de abdicación por parte de Juan Carlos I. Si no fuera así, es evidente que Cristina estaría junto a su hermano en la hora de la proclamación aunque ella luego dejase de ser formalmente miembro institucional de la Familia Real al pasar a ser un pariente colateral.
Pero la actual coyuntura está muy por encima de formalismos. Es evidente que las investigaciones del juez Castro se han convertido en una pesadísima carga para la Zarzuela, que ha visto como el prestigio de la institución monárquica caía en picado en los últimos tiempos.
La llegada de Felipe VI al trono es una valiente, sopesada y enérgica manera de superar mediante el relevo generacional los últimos años, plagados de escándalos y de errores que no han podido ser reconducidos.
Juan Carlos I devolvió la democracia a España y ha hecho una labor inmensa en las últimas décadas. Es desde esta altura de miras que ha comprendido que ya no podía seguir adelante. De la misma manera, la infanta Cristina, aunque finamente sea desimputada por los jueces, ha de entender también que Felipe VI está a punto de iniciar una etapa histórica que de ningún modo puede quedar lastrada o manchada por el pasado.
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