Joan riera | Miércoles 30 de abril de 2014
Sería una monstruosidad que las autoridades baleares, para conseguir dinero, desmontasen el castillo de Bellver, se lo llevasen a Son Xigala y vendiesen el bosque a los alemanes. La población, por necesitada que estuviese, les tacharía de locos.
Sería horroroso e irracional que la autoridades baleares desmontasen las Murallas de Palma y se las llevasen a Son Banya para que la tropa que allí habita se sintiese más segura a la hora de hacer sus negocios y trapicheos. Nadie lo comprendería. Seríamos la carcajada del Hemisferio.
Sería espeluznante que desmontasen la Lonja i se la llevasen a Cabrera con el objetivo de vender el subarchipélago a capital sueco para obtener recursos públicos. Harían explotar de risa toda la Península escandinava, tan celosa de sus instituciones.
Y la gente balear, por asfixiada estuviese, mostraría su repugnancia ante tales barbaridades. Sin defensa valiente y decidida del patrimonio no hay pueblo digno de tal nombre.
Pero si esta retahila de aberraciones anteriormente expuestas producen escalofríos sólo imaginarlas, ninguna de ellas, e incluso todas juntas, no son comparables a que a un pueblo le mutilen su Parlamento. Ese es el peor de los hachazos que se le pueden atizar a una sociedad diferenciada, autoconsciente y estructurada. Mutilar en un tercio la Cámara invocando la austeridad en falso para hacer realidad el auténtico objetivo de perpetuarse en el poder es la más terrible de las ofensas que puede padecer una colectividad.
Un Parlamento, como máxima expresión de la soberanía popular, es el templo de la democracia y la libertad. Un Parlamento es el alma, el espíritu y el corazón de un pueblo. Es su motor y su honor. Es la fe en el presente y la esperanza en el mañana. Es el legado a las generaciones futuras y el homenaje a las pasadas.
Mutilar en un tercio huele a los tiempos tenebrosos de la uniformidad y del mando y ordeno, cuando sólo existía la democracia orgánica franquista, estructurada a través de los tercios familiar, sindical y municipal. Es decir, todos elegidos a dedo, que es cuando se humilla a los pueblos y a la estructura social que los sostiene. Es cuando se les idiotiza para que no se sientan dueños de su destino.
¿Qué es una sociedad sin Parlamento? No más que una enorme manada de borregos. Sin Parlamento los factores diferenciales y esenciales de nuestra sociedad acabarían diluidos. Y con un Parlamento liliputizado está servido el descenso a la oscuridad de la recesión institucional y a la alienación primero moral y posteriormente económica. Es la bajada lenta pero inexorable de las escaleras de la cripta hacia la nada. Es la muerte de la personalidad para que otros se aprovechen de esta debacle y saquen jugosa tajada. No hay mejor tajada en etsa vida que la que nace de la estafa a los bobos.
Volvemos a caminar sobre la espinosa senda de la pérdida del espíritu colectivo, que tanto nos ha hecho padecer en el pasado.
En 1642 Oliver Cromwell levantó el Parlamento de Inglaterra contra un rey despótico, Carlos I, que había suprimido los poderes de la Cámara. Carlos I quería primero mutilar y luego suprimir el Parlamento. Y Cromwell dijo: "Nunca se va tan lejos como cuando se ignora hacia dónde realmente se va". El Rey quería suprimir la Cámara por un interés coyuntural para mantenerse en el poder. No comprendió que su decisión hizo rechinar las columnas de la Historia de su nación.
¿Qué habría sido de Inglaterra sin su Parlamento? ¿Qué habría sido del mundo sin el parlamentarismo inglés?
Sin el amado, entrañable y hermosísimo castilo de Bellver subsistiríamos, incluso nos ahorraríamos los gastos de mantenerlo. De rodillas, huérfanos de patrimonio y humillados, pero subsistiríamos.
Sin el Parlament Balear, o con éste cada ves más jivarizado por cegatos sólo nos aguarda la miseria moral, la degradación y embrutecimiento de nuestra alma balear.
Hay algunos que quieren que no seamos nada. Incluso menos que nada. Por eso van tan lejos.
TEMAS RELACIONADOS:
Noticias relacionadas