OPINIÓN

Pobre Ucrania

Emilio Arteaga | Lunes 14 de abril de 2014
Se dice que fue Porfirio Díaz, presidente de México entre 1876 y 1911, con alguna interrupción, quien acuñó la frase “pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos”. Aunque no está nada claro que realmente pronunciara la frase, hay quien la atribuye a su antecesor Sebastián Lerdo de Tejada y también a Nemesio García Naranjo, intelectual mejicano que fue periodista, abogado y diputado en la primera mitad del siglo XX, lo cierto es que, fuera quien fuera su creador, la cita ha hecho fortuna y se utiliza con frecuencia para hacer alusión a los problemas y peligros que los países poderosos pueden suponer para los países cercanos no tan potentes que, con frecuencia, deben someterse a los intereses del gran vecino.

Los acontecimientos de los últimos meses en Ucrania se han saldado, de momento, con una injerencia de Rusia en la política exterior de Ucrania primero, obligando a su títere Yanukóvich a renunciar al acuerdo al que había llegado con la Unión Europea, para incorporarse a la Unión Aduanera Euroasiática promovida por el Kremlin. A continuación, cuando la heroica rebelión popular, pacífica diga lo que diga la propaganda rusa, consiguió echar del poder al inmundo gobierno de Yanukóvich, se inició la infame agresión armada que ha acabado con la segregación de Crimea y su anexión a Rusia. Y la embestida del oso ruso aun no ha terminado.

La desestabilización provocada por hombres armados, perfectamente equipados y organizados, en las provincias orientales ucranianas, repitiendo el esquema de Crimea, ocupando edificios gubernamentales, en coordinación con manifestaciones prorrusas de la población civil, la eliminación de los símbolos nacionales ucranianos y su sustitución por una profusa exhibición de símbolos rusos; la exigencia de convocar referendos de autodeterminación, con el fin de segregarse de Ucrania y unirse a Rusia, el apoyo de algunas autoridades locales, del partido de Yanukóvich y el despliegue intimidante de grandes contingentes de tropas rusas cerca de la frontera, son señales más que evidentes de que Rusia aun no se da por satisfecha.

Lo que no está claro es cuál es la exacta pretensión de Rusia. ¿Desmembrar Ucrania anexionándose las provincias orientales y meridionales?. Con ello conseguiría controlar todo el arco septentrional del Mar Negro, desde Abjazia hasta el Dniéster, solucionaría el problema de continuidad territorial con Crimea y, además, conectaría con la región moldava de Transnistria, autoproclamada independiente bajo la protección del ejército ruso, que también podría anexionarse sin problemas.

Pero podría pagar un precio diplomático demasiado alto y Ucrania y Moldavia mutiladas buscarían inmediatamente la adhesión a la UE y a la OTAN, lo que de ninguna manera quieren los rusos, la OTAN en sus fronteras. Quizás pretenda más bien crear las condiciones suficientes de caos para obligar al gobierno ucraniano a aceptar una redefinición federal de Ucrania, una propuesta que ya ha lanzado la diplomacia rusa, en el sentido, no solo de otorgar más autonomía interna a las distintas regiones del país, cosa que el propio gobierno de Kiev consideraría aceptable en estos momentos, sino también en el de dotar a las regiones de capacidad de veto en las decisiones de política exterior. Ello garantizaría a Rusia que Ucrania jamás entraría en la UE y, mucho menos, en la OTAN. El esquema podría repetirse en Moldavia con Transnistria, y también con Gagauzia, una república autónoma de Moldavia, cuya población, los gagauzos, un pueblo turco de religión cristiana otrtodoxa, también ha mostrado su oposición a que Moldavia se integre en la UE y prefiere la Unión Aduanera rusa. De este modo, Ucrania y Moldavia estarían neutralizadas, virtualmente sometidas a los intereses de Moscú, prisioneras de los vetos de sus regiones rusófonas, convertidas junto con Bielorrusia, en los nuevos satélites de Moscú, en los nuevos territorios interpuestos entre Rusia y Europa, una zona de seguridad, una de las obsesiones históricas de los gobernantes rusos.

Mientras tanto la reacción de los países europeos y Estados Unidos es, por decirlo suavemente, tibia, vergonzosa si queremos usar un término más duro, pero probablemente más adecuado. La reacción de la UE, prisionera de sus miedos, de sus contradicciones internas, de su falta de liderazgo, de una Comisión formada por políticos ineptos y cobardes, sometidos a los intereses de sus gobiernos nacionales, es especialmente vergonzosa. Que un pueblo como los gagauzos, una minoría que, aunque cristianos, al ser de etnia turca nunca fueron bien considerados ni en el Imperio Ruso, ni en la Unión Soviética, prefiera segregarse de Moldavia si ésta se adhiere a la UE y unirse a Rusia, porque están convencidos de que la decadencia de Europa es imparable, debería hacer reflexionar a nuestros políticos, pero también a todos nosotros, especialmente ahora que hemos de votar en las elecciones al parlamento europeo.

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