Vicente Enguídanos | Jueves 03 de abril de 2014
Las espadas siguen en alto y el resultado es todavía una incógnita, pero ateniéndonos a las encuestas publicadas y a la distribución geográfica de los electores, la balanza socialista debería avalar la continuidad de Armengol como su referente en Baleares.
A la espera de confirmar la participación en los comicios que se celebrarán este domingo, ya que dos de cada diez electores podrían no jugar al descarte (si nos atenemos al precedente valenciano), es destacable la elevada inscripción de quienes consideran valiosa la elección de candidato antes de fijar un programa con el que concurrir a las elecciones. Un censo, por cierto, compuesto por simpatizantes y adeptos que quintuplican a la militancia en este sufragio, aunque un puñado de avales haya reducido el concurso a sólo dos opciones. Una dualidad que parece arrastrar más filiaciones por su ascendencia social y territorial que por un argumentario propio o la capacidad de representación de una idea común. Porque en este pugilato podría adivinarse que hay, además de una lucha de poder, un enfrentamiento entre la sensibilidad nacionalista de arraigo rural o una visión cosmopolita y jacobina de la lucha de clases. En todo caso, un debate preferible a la mera disyuntiva estética, de la que debía estar vacunada una sociedad que ya ha alcanzado su madurez democrática.
El reconocimiento al paso andado por el principal partido en la oposición no debería abundar en su autocomplacencia, basada en la referencia a su antagonista político, si no supone el inicio de un trayecto hacia el auge de la implicación ciudadana y la recuperación de la confianza social. Todo este esfuerzo podría quedar reducido a un paripé si no se sigue profundizando en una democracia más participativa y responsable. El gesto aporta protagonismo a unas siglas que no logran despegar en intención de voto, donde realmente se decide el futuro común, pero no bastan para renovar la credibilidad de una clase política endogámica. Desde su sede en la calle Miracle seguirán decidiendo el resto de miembros de la lista al Parlament y todos los aspirantes a tutelar los Consells y Ayuntamientos, al igual que sus homólogos en el edificio de Palau Reial. Estos comicios no serán una catarsis, como alguien quisiera que viésemos, si sólo queda en una impostura oportunista. Negar el aporte electoral de un líder convincente es innegable, pero relegar el programa electoral a ser tan sólo el punto de apoyo para alcanzar el control del Boletín Oficial resulta inadmisible.
Hace unas fechas reconocíamos en el artífice de la transición a la democracia un incuestionable carisma que le hizo valedor de innumerables apoyos, dispares en razón del género, pero que se diluyeron cuando se desvaneció la ideología y el enemigo al que derrotar.
Siquiera Suarez consiguió la concordia interna ni la sostenibilidad de su apuesta personal sin el respaldo de una estructura y un contrato estable, más allá de su presencia y capacidad individual.
El lunes sabremos en quién fía el PSIB-PSOE su éxito o fracaso para ocupar el Consolat de Mar la próxima legislatura, pero seguiremos esperando un tiempo hasta conocer qué es lo que nos proponen para que creamos que no repetirán la gestión que les llevó a perder la mayoría de las instituciones y hasta dónde están dispuestos a renunciar a sus compromisos para alcanzar el poder en coalición. Esa confianza en su lealtad al electorado y su capacidad de resolver ahora lo que no hicieron antes, es mucho más importante que cualquier maquillaje con el que disimulemos los defectos, que en política no deberían estar en la cara sino en el alma, ni siquiera en la persona, sino en los valores que se encarnan en forma de programa.
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