Matías Barón | Lunes 31 de marzo de 2014
¿Abriría usted la puerta de su casa a alguien que llevara un pasamontañas puesto? Yo, desde luego, no.
Quien oculta su identidad, y hablo en términos generales y en países democráticos, es porque pretende evitar ser reconocido para que no puedan recaer sobre él las consecuencias de sus actos.
El mero hecho de que alguien no quiera asumir las consecuencias de sus actos ya me genera tal desconfianza que prefiero poner la máxima distancia posible entre su capucha, su pasamontañas o lo que sea que lleve y yo. Porque quien actúa en el anonimato de la capucha suele actuar como un delincuente. Por eso se oculta.
De tiempo a esta parte, se ha puesto lamentablemente de moda que determinados grupúsculos de encapuchados parasiten las movilizaciones pacíficas de miles, de millones de ciudadanos.
Y esos parásitos no solo provocan algaradas, destruyen mobiliario urbano, agreden a los policías y, en general, delinquen, sino que además distorsionan el mensaje de la movilización, lo destrozan.
Ninguna manifestación ocupa espacio en los medios si tras ella hay decenas de policías heridos, algunos de gravedad, y decenas de detenidos. Los parásitos fagocitan a los miles de ciudadanos que reclaman justicia e igualdad y cuyo mensaje es silenciado a pedradas por esos encapuchados infiltrados.
Personalmente siempre he creído que se protesta a cara descubierta, aunque te la rompan. Se protesta con nombre y apellidos, con firma y sin red. Recuerdo las imágenes de las manifestaciones contra el régimen de Pinochet o el de Franco. Allí volaban los golpes, las pelotas de goma y hasta munición real. Había tortura y condenas a la disidencia. Y la inmensa mayoría de los manifestantes iban a cara y pecho descubierto, sin más protección que la de tener la razón y la verdad de su lado.
Ahora, pequeños grupos organizados y encapuchados se dedican a algo tan valiente y útil para los ciudadanos como quemar contenedores, romper escaparates de tiendas, arrasar terrazas de bares y vehículos, haciendo pagar a los propietarios de tales bienes el precio de su diversión y su jolgorio.
Y por lo visto, en cuanto pueden, apalean y apedrean a los policías, los hieren y amenazan con matarlos, siempre protegidos en la multitud y en el anonimato. Cuánto valor. Desconocen o ignoran que los policías son currantes como los demás, con sueldos de mierda para los riesgos que corren, y que aunque entre ellos pueda haber algún chulo piscinas y algún salvapatrias indecente que apalea a ciudadanos sin motivo y hasta a periodistas que hacen su trabajo, los prefiero a ellos mil veces. Y los manifestantes pacíficos, el 99,99%, también.
Yo no sé si estos encapuchados son completamente estúpidos, además de vándalos, o hacen muy bien su trabajo. Porque cada vez que actúan consiguen que no se hable de las reivindicaciones de los manifestantes y sí se hable de la restricción de derechos fundamentales como el de manifestación, o que se hable de limitar los espacios para las movilizaciones.
No solo consiguen dinamitar el trabajo de centenares de asociaciones y entidades que aglutinan el descontento ciudadano sino que además consiguen que el ciudadano medio, el mortal común como usted y yo, hablemos de ellos aunque sea mal.
Y consiguen que algunos identifiquen movilización ciudadana con violencia, y se saquen de la manga leyes de seguridad inconstitucionales, o que acusen a determinadas plataformas de estar en connivencia con grupos proetarras.
Ese es el éxito de los encapuchados. Aliarse a pedradas con quienes ostentan el poder fáctico contra el ciudadano que sufre la crisis y que da la cara cuando protesta. Ese es su éxito y su vergüenza. Ser los mamporreros del poder y de la represión organizada.
La solución está clara. Debemos desmarcarnos de esta gentuza, cuya incapacidad intelectual les impide ver el daño que hacen o cuya miseria moral les hace ser conscientes del daño que hacen. Desmarcarse como lo están haciendo todas las entidades convocantes de todas las manifestaciones masivas que se están llevando a cabo.
Y algo más. Algo que el jueves pasado hicieron los universitarios en huelga no sé si en Barcelona o en Pamplona. Echaron de la manifestación a un grupo de encapuchados. Sin contemplaciones.
O te quitas la capucha y das la cara o te quedas en tu casa. Ese es el camino. Porque esta pandilla de vándalos anónimos tampoco nos representa.
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