Miguel Lázaro | Miércoles 26 de marzo de 2014
Sufrimos más de estupidez que de maldad, aunque paradójicamente nuestra estupidez nos escandalice y asuste mucha más que nuestra maldad.
Hay una reflexión ética que siempre debe de acompañarnos a los largo de nuestra vida, excepto si el tsunami del Alzheimer arrasa nuestro cash cognitivo. ¿Construimos nuestra vida, dedicando mucha energía, tesón y tiempo a hablar mal o mintiendo sobre prójimo? ¿Construimos nuestras amistades y las seguimos manteniendo porque compartimos con ellos, frecuentes espacios para despellejar al prójimo?
Hay personas violentadas por las circunstancias de su vida que se instalan en la violencia como la única manera de sobrevivir-ya que no de vivir- y parasitados por la envidia, el odio, el resentimiento, la desconfianza hacia sí mismos y hacia los demás, añadido a un profundo miedo a la vida y la muerte proyectan su falta de autorrespeto y de autoestima en los demás. El respeto, elemento clave en el bienestar psicológico personal y en la interacción social ocupa un nivel mínimo de reconocimiento y práctica.
Su déficit progresivo es debido a la estupidez humana, la confusión, el primitivismo de esta compleja sociedad, el anoréxico menú cultural y educacional y la indigencia civil. Estamos en una sociedad “ruidosa” donde el ruido negativo no adquiere en muchas ocasiones la categoría de información. Resultado: se genera un malestar constante en la vida cotidiana, se manipula la realidad, se exacerban los malentendidos sociales, se dificulta la estabilidad del clima social y lo que es más grave: se instala cada vez más el trato indigno. Los ataques a la dignidad no cesan en el ámbito social cada vez más inhóspito. El trato indigno en las relaciones interpersonales va en aumento.
Las agresiones a la dignidad comienzan siempre erosionando la fama, ya saben “calumnia que algo queda”. Cuantas veces olvidamos las palabras del filosofo. Cioran” nos confesamos cuando hablamos de los demás” y cuanto cuesta reconocer y renunciar a proyectarnos en los demás. La rumoropatia, autentica pandemia social alcanza su máxima excelencia. Nuestra carencia evolutiva hace que seamos animales que humillamos, expertos en destruir la esperanza y en disfrutar inmensamente denigrando a otras personas y por supuesto a nosotros mismos. Por supuesto la humillación esta inextricablemente unida al ansia de vengarse. Es necesaria la implantación de una ética cívica que reduzca la humillación, es clave encontrar una alternativa al sadomasoquismo perverso como modelo para las relaciones humanas. El mantenimiento de la dignidad tiene que estar refrendado en el trato que recibimos de todos los que nos rodean. El objetivo es rebajar los niveles de “infección psíquica social”.
Ahora más que nunca hay que renunciar a despellejar al prójimo. El respeto a uno mismo y a los demás no tiene precio por lo que tiene un gran valor y merece todo tipo de esfuerzos, voluntad y empatia. La envidia, el miedo, el poder, la perdida de valores y sobre todo el dinero generan hoy la mayoría de las conductas violentas y el maltrato indigno. En el asalto a la vida pública todo vale. El hostigador no saldrá jamás de su envidia y mediocridad. El fin justifica los medios. No se duda en manipular los hechos, la verdad y a los “amigos”. El autorrespeto cotiza a la baja y las conciencias nunca han estado más necesitadas de la ortopedia. La “muleta-conciencia “se vende como rosquillas.
En el clímax del mobbing y del bullying hay que recordar y practicar, mes que mai, que no hace falta apagar la luz del prójimo para que brille la nuestra. Como decía Miguel Delibes “La civilización nos ha llenado el estómago y vaciado el corazón”. Conviene practicar lo que enseñaba un chamán indio: “no critiques a nadie sin haber caminado 25.000 leguas en sus mocasines”. Construyamos nuestras vidas intentando que siempre haya alguien que nos pueda soportar, porque en realidad difícilmente nos podemos y sabemos auto aguantar nosotros mismos! Ah y aguantar no es controlar!. En otro articulo daremos pautas sobre la ecología emocional en las relaciones humanas y el triple filtro socrático preventivo del rumor despellejador del prójimo.