EDITORIAL

Suárez, de demonio a ángel

Viernes 21 de marzo de 2014
La muerte de Adolfo Suárez, arquitecto de la Transición y hombre clave en la recuperación de la democracia en España, ha hecho llegar la Semana Santa con unas semanas de adelanto. Todo es llanto y reconocimiento. Suárez se lo merece con creces. Jamás España había tenido un período tan largo de democracia consolidada como la que él puso en marcha.

Pero para hacer justicia con su figura y dar la dimensión de su capacidad de entrega al anhelo democrático, es necesario dejar muy claro que durante sus cerca de cinco años al frente de la presidencia del Gobierno soportó un auténtico calvario por los feroces ataques de que fue objeto, no tanto desde la izquierda, que cumplía con su obligación de criticar al poder tras salir de las catacumbas de la clandestinidad, cuanto de su propio partido, la UCD, que se convirtió en una olla de conspiraciones, zancadillas y odios. Eso es lo que de verdad debilitó a Suárez hasta hacerle perder el poder. No tuvo jamás un partido cohesionado a su lado y consciente de las horas históricas que estaba asumiendo. Todo lo contrario. Tal vez fruto de la inmadurez democrática de aquellos tiempos, las luchas intestinas marcaron época. El congreso de la UCD celebrado en Palma en 1980 explicitó todas aquellas pugnas sin sentido.

El resultado es harto conocido. Suárez presentó la dimisión pocos días antes del 23 de febrero de 1981 y aún vivió como presidente la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados. Una vez más, al no esconderse ante las balas, demostró que era un valiente.

Al año siguiente hubo elecciones generales y aquella UCD que tanto había conspirado contra su líder prácticamente desapareció del mapa. El entonces presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, que se presentó de número dos por Madrid, ni siquiera salió elegido diputado.

Pero el martirio que padeció Suárez, que también tuvo que afrontar una ofensiva terrorista feroz por parte de ETA, no fue en vano. Todo lo contrario. Bajo su mandato se construyó y aprobó por consenso la Constitución que hoy es el emblema de la España democrática. Cabría recordar que la mitad del Grupo Parlamentario de la antigua Alianza Popular (hoy Partido Popular) o bien la votó en contra o se abstuvo. Pero la Carta Magna salió adelante. Fue el primer gran paso para la creación del Estado de las Autonomías. Catalunya recobró la Generalitat, perdida tras la guerra civil, y los vascos accedieron al autogobierno, Detrás vendrían el resto de comunidades. Se llevó a las mil maravillas con Josep Tarradellas recién llegado del exilio. Supo integrar a todos desde el primero al último de sus días como presidente.

Sin un presidente tan dialogante como Suárez, que impulsó el pacto social de la Moncloa, base de la paz social española, las cosas habrían sido muy distintas.

Los hombres son como los árboles. Se miden cuando han caído. La obra de Suárez es ingente, aunque en su época padeciese tiempos muy cainitas, de envidia y de desprecio.

Ahora, en 2014, todos se agarran a su ejemplo de estoicismo y valor. El tiempo endulza el recuerdo. Y su obra es ingente. Sedimentó la Monarquía y centró a la derecha española. Fue una tarea de gigante. No se lo reconocieron cuando era el presidente. Ahora todos lo ven.

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