Miguel Lázaro | Miércoles 19 de marzo de 2014
La adolescencia, alguien dijo, es una emboscada en la que no faltan francotiradores. Sabemos que es una época de cambios y de cambio, estresante para el protagonista pero también para el núcleo familiar. El cerebro del adolescente hace su “podaje neuronal”, hay un tsunami hormonal que lo arrastra todo, la pulsión gregaria se optimiza, se empieza a gestionar la dependencia versus la independencia, la comunicación, cuando existe, se hace difícil, las presiones internas y externas se acentúan y suben las apuestas por lo inmediato y lo fugaz, y algunas de estas tienen desenlaces trágicos y graves. El adolescente entra abruptamente en la sexualidad adulta y en los trances de las amistades y los amores. Generalmente la madre asume su función y esta ahí, en ese acompañamiento a veces difícil y doloroso, donde la ausencia de la función paterna se hace muy frecuentemente presentes preciso reinventar el vínculo educativo ante la emergencia de nuevas formas de viejos problemas. Es necesario interrogarnos y delimitar nuestro posicionamiento ante diversos fenómenos y conductas que aparecen actualmente en la adolescencia. Hemos creado una disparatada cultura del perfeccionismo. Nuestras expectativas son estratosfericas: esperamos que todo sea perfecto-dientes, cuerpos, vacaciones, padres, vecinos, móviles etc-.Y por supuesto queremos hijos perfectos para ponerle la guinda al pastel. El problema es que llega la realidad y descubrimos que “naranjas de la china”.No hay tal cosa. Igual que no hay padres perfectos. La obsesión de esa búsqueda nos atrapa y se vuelve como un bumerang contra nosotros. Se desdibuja la línea entre padres e hijos. Vamos y nos exigimos ser superpadres cuando la crianza de los hijos no es la formula uno, ni un deporte de alta competición o el desarrollo de productos. También alguien dijo que ser madre o padre es un viaje, pero no nos explicaron que aparte de autorías, hay caminos, túneles, puertos como el de Soller, que a veces nieva y que hay saber conducir en rectas, curvas, que hay que controlar el adelantamiento y que hay que repostar continuamente gasolina . En esta tarea hay padres que dimiten, delegan y muchos perdemos la confianza en nosotros mismos.. El adolescente convoca a ejercer la función educativa. Nuestra posición como padres y educadores debe de ser desde la ética de las responsabilidades y nuestra autoridad debe de basarse en el saber y en el limite para que sea posible la transmisión y para poder ofrecer formulas de canalizar los intereses del adolescente hacia actividades socialmente admitidas. Ahora mas que nunca hay que rescatar la función civilizadora, objetivo prioritario de la responsabilidad educativa que tenemos como padres. Muchas veces el plural solo se conjuga en singular: la madre.
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