Martes 11 de marzo de 2014
Por fin Balears tendrá Ley del Suelo. Llega tarde, mal y a toro pasado. Pero llega, por fin. El Archipiélago es la última comunidad de España en alcanzarla. Eso lo dice todo, teniendo en cuenta que se trata de islas escasas de territorio y con un paisaje y unas costas únicas, un apetitoso bombón que ha soportado irregularidades e ilegalidades urbanísticas lo largo y a lo ancho de décadas y décadas.
A partir de ahora lo que cabe esperar es que la ley se cumpla. Infinidad de propietarios de construcciones no regularizadas tienen ahora la oportunidad de legalizarlas. El rústico mallorquín lleva medio siglo sometido a una imparable presión del cemento. Eso significa también fosas sépticas fuera de control, invasión de nitratos en el subsuelo, edificaciones levantadas sin ninguna supervisión técnica y, sobre todo, demasiado desorden urbanístico. Llega el momento también de la regularización fiscal, de que todos paguen sus impuestos y de que estén sujetos a las exigencias de la legalidad vigente.
También los servicios de Disciplina Urbanística del Consell tendrán mucha mayor capacidad de intervención. Se acaban los tiempos en que muchos alcaldes miraban hacia otro lado mientras se levantaban casas ilegales, en muchos casos con total impunidad. En algunos términos municipales la proliferación de casas en rústico y visibles a los ojos de todos los ciudadanos, son el más claro ejemplo de esta impunidad.
La Ley del Suelo llega en el momento más apropiado. La crisis de la construcción en terrenos urbanos o urbanizables ha hecho que la generalizada especulación de otros tiempos haya quedado aparcada, tal vez durante décadas. Las famosas recalificaciones de almendrales o pinares en nuevas urbanizaciones ya son cosa del pasado.
Si hasta ahora había sido imposible esta ley es porque resultaba inalcanzable un mínimo grado de consenso económico, político y social. Ahora la cosa está cambiando. El PP ha aceptado numerosas enmiendas de la oposición. No quiere conflictos con esta norma, consciente que las épocas de la enloquecida expansión del hormigón de forma descontrolada ya han finiquitado, tal vez para siempre.
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