Pablo Torán | Jueves 27 de febrero de 2014
El domingo pasado, tras toda una semana filtrando vídeos, el programa de Jordi Évole emitió la ya famosa “Operación Palace” que tanto dio que hablar antes de su emisión y tanto ha dado que hablar tras emitirlo.
En mi opinión, la crítica o valoración del citado programa debe hacerse desde distintos puntos de vista.
Desde el punto de vista del marketing, creo que nadie puede negar que el programa fue todo un éxito para Évole. La cosa tenía su miga, eso no puede negarse. Que después de exactamente 33 años los españoles descubrieran en prime time y a tiempo real lo que realmente ocurrió aquel fatídico día generó indudablemente una expectación sin parangón.
Otra cosa es, a mi juicio, el medio utilizado para generar tal expectación y una enorme audiencia. No dudo que la libertad de expresión sea un valor imprescindible para el buen funcionamiento de cualquier sistema democrático, pero no creo que valerse de un engaño para que un país entero esté pendiente de tu programa sea algo correcto.
Tampoco me refiero a que deban existir temas tabús sobre los que no se pueda hablar en los medios de comunicación, sino que afirmo que un tema tan sensible, que hizo tambalearse nuestra entonces joven democracia, deba tratarse al menos de manera rigurosa.
Y ni siquiera me estoy refiriendo a la enorme seriedad del tema sobre el que versó el engaño, ya que esa noche mucha gente temió en España la vuelta de la cercana dictadura o incluso la reanudación de las aún abiertas heridas de la Guerra Civil. Lo que creo es que hubiera sido más justo informar a los espectadores sobre lo que iba a emitirse: un reportaje que, como máximo, jugaba y teorizaba sobre algunas de las teorías que circulan sobre el 23F y que éstos, conscientes de lo que iban a visualizar, decidieran si veían el programa o si se sentaban en el “Chester” de Risto Mejide.
No creo que valga todo. Tampoco me parece, y esta es mi opinión, que el programa haya constituido un experimento sociológico, sino un medio para lograr audiencia y, por encima de la mayor o menor gracia que tenga el programa, creo que los espectadores merecen un respeto y no se les debe engañar.
El mecanismo en el fondo es simple: hacer parecer real un rumor extendido que tenga visos de veracidad pero que sea indemostrable para luego admitir que era mentira.
Jordi Évole se defendió diciendo que por lo menos ellos habían admitido que se trataba de un engaño. Pues bien, yo le diría que la próxima vez, en lugar de pedir disculpas, pida permiso a sus espectadores –entre los que probablemente me encuentre, porque aunque no lo parezca soy fan del programa- para engañarles.
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