Marc González | Miércoles 26 de febrero de 2014
Lo dejó claro ayer Rajoy en el curso del debate del estado de la nación: Ni canarios ni -hemos de suponer- ciudadanos de las illes Balears tenemos más derecho a tener un mar en condiciones que canadienses o noruegos, por poner ejemplos de naciones con una industria pesquera de gran arraigo que cuentan con yacimientos petrolíferos marinos.
Rajoy, decididamente, hace tantas veces el papel de bobo que uno llega a preguntarse si es que realmente no lo será. Naturalmente que el impacto sobre la actividad pesquera tiene que preocuparnos -especialmente a nosotros, con una flota mayoritariamente de artes menores y tradicionales-, pero lo que sin ningún género de discusión nos tiene acojonados a todos los isleños es el daño catastrófico a la actividad turística que las prospecciones y sus derivadas nos pudieran ocasionar. Hablamos de supervivencia, no de renunciar al lujo.
Antes del turismo, esta era una tierra fundamentalmente pobre, que vivía de la agricultura y de la pequeña industria local, que no tenía que competir con precios chinos ni rumanos. Nuestra población apenas alcanzaba una tercera parte de la actual y, mal que bien, nuestros predecesores vivían -con excepción de la clase propietaria de las grandes fincas- modestamente.
La vuelta al pasado es materialmente imposible. No hay plan B. La industria balear ha sido totalmente desmantelada en los últimos treinta años y la agricultura, que sobrevive en gran parte gracias a las subvenciones públicas, apenas ocupa a una minúscula parte de la población activa.
¿De qué cree Rajoy que vivimos? Las respuestas evasivas y la alineación sin ambages ni matices con las tesis de unos de sus peores ministros -y ese ranking está muy disputado-, el canario Soria, denota que detrás de esa decisión gubernamental hay mucho más que una mera preocupación por reducir nuestra dependencia energética. Las petroleras, como las farmacéuticas, la banca, la industria de armamento, las grandes constructoras, etc. mandan en el mundo -y España no es una excepción- porque mueven cifras astronómicas. Y un gran partido político tiene muchas necesidades, como sin duda Bárcenas podrá explicar en su día.
Por tanto, ya puede Bauzá escenificar aquí un enorme cabreo, que el pescado -nunca mejor dicho- está todo vendido.
Lo trágico es que la oposición tiene que callar, porque la actuación precedente de los gobiernos socialistas ha sido idéntica a la del PP. Cuando socialistas y populares se acusan mutuamente de este atropello, ambos tienen, por desgracia, razón. Los malabares de Antich no cuelan. Él y su jefe ZP también nos vendieron, permitiendo estudios y prospecciones que únicamente tenían como finalidad buscar yacimientos de petróleo explotables comercialmente. Estamos bien jodidos, porque no hay una sola fuerza política en el parlamento español que defienda seriamente nuestra posición. No pesamos lo suficiente desde el punto de vista electoral. Desde luego, Rajoy no despacharía el asunto tan alegremente si las prospecciones fuesen frente al País Vasco. Presumo que ni siquiera se habría insinuado tal posibilidad.
La industria turística debiera tener un gran peso en el gobierno español y esa es nuestra última esperanza. Las manifestaciones paripé para consumo interno ya no nos sirven. O Bauzá deja de perder el tiempo dirigiéndose al adversario con reproches inútiles, asume su papel y se enfrenta de una vez a Rajoy, o conviene que nos preparemos todos para lo peor.
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