Jaime Orfila | Viernes 14 de febrero de 2014
La creencia o perspectiva de que una persona o una organización puede conseguir un objetivo se comporta como uno de los factores más importantes para conseguirlo. La motivación generada por una expectativa es una de las variables que contribuyen con más solidez a que ésta sea cierta. Se conoce como “efecto Pigmalion”. Su aplicación es importante en los ámbitos educativo, social, financiero y laboral.
El “efecto Pigmalión” tiene su origen en la mitología griega. Pigmalión se enamoró de Galatea, una escultura de su propia producción en la que había depositado todas sus expectativas profesionales. Con la ayuda de Afrodita, Galatea cobró vida y se convirtió en su mujer.
En el ámbito educativo se observa una relación directa entre la motivación de los profesores y el compromiso con el programa formativo con los resultados docentes. Cuando se formulan expectativas específicas acerca del comportamiento de los alumnos y se tratan de acuerdo con dichas expectativas, estas se cumplen con mayor frecuencia. Mejoran los resultados generales y las calificaciones. Por el contrario, el desencuentro entre docentes y objetivos educativos se traduce en una disminución de la influencia positiva del profesor en las aulas.
En el ámbito financiero, el miedo a una quiebra bancaria lleva a que los clientes a retirar sus depósitos de una entidad; efectivamente, el miedo, por sí solo, puede llevar a la quiebra, no sólo de un banco, sino de un país. Las dificultades con las que el dinero llega al emprendedor, al pequeño empresario, debilita como factor independiente, el nacimiento de nuevas iniciativas y de sus resultados favorables.
La imagen que tiene un responsable de un subordinado, tiene influencia en el desempeño de sus funciones. Si ésta es buena, mejora su rendimiento y el trabajador es más creativo, colaborador y productivo. Si sus capacidades son cuestionadas, si se le trata con indiferencia, le lleva a la desmotivación. Con ella se reduce la actividad y disminuye el rendimiento.
Los ciudadanos estamos huérfanos de expectativas. La desafección por la clase política y sus decisiones, la desconfianza con el sistema financiero y la falta de sintonía de sectores profesionales completos con los responsables políticos, nos hace más débiles y con menos capacidad para afrontar la crisis. Provoca una clara desventaja competitiva con nuestro entorno.
La ausencia de efecto Pigmalión, puede explicar, en gran medida, las dificultades que tenemos para afrontar con solvencia las consecuencias devastadoras de la crisis global. La falta de expectativa, de horizonte y de certidumbre provoca que seamos menos competitivos que nuestros vecinos. Que nuestro estado del bienestar, mercado laboral, pensiones, educación y sanidad resistan con dificultad los embates de la recesión.
Nuestra clase política, que debería liderar las expectativas y el crecimiento se ha convertido en parte del problema.
En sanidad observamos, ya sin capacidad de sorpresa, como la arrogancia, la insensibilidad y la falta real de liderazgo se acentúan con el paso del tiempo. Como los ceses y las dimisiones, con sus costosas curvas de aprendizaje, indemnización y distorsión funcional, se están convirtiendo en la marca de la legislatura. Como un ejército de amateurs se encargan de gestionar la complejidad, sin cultura de evaluación, sin aportar resultados, sin medidas de equidad ni de transparencia y ajenos a la precarización y al deterioro del clima laboral. ¿Pigmalión? Pigmalión, no existe.
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