Marc González | Miércoles 05 de febrero de 2014
La consellera Camps manifestó ayer que la Orden de desarrollo y aplicación del TIL iba a someterse a un proceso de negociación para tratar de conseguir el máximo consenso posible. Tarde, tardísimo, pero a mi juicio no se debe despreciar ninguna oferta de diálogo.
Después de la política de enfrentamiento seguida hasta ahora, las posturas más extremas deberían dejar paso a las de quienes se crean capaces de avanzar hacia un mínimo consenso que evite que las consecuencias las paguen los escolares.
Pero, naturalmente, tampoco debemos ser ingenuos, porque de la misma forma que para el govern el mantener el TIL es una premisa irrenunciable, para una gran parte del sector educativo eso depende de que se rectifiquen algunos errores de diseño que, a estas alturas, ya son evidentes.
En primer lugar, mediado el curso, ha quedado claro que los alumnos de ESO no tienen, por lo general, el nivel de inglés suficiente para seguir con normalidad una asignatura troncal. Por más clases particulares que se reciban y el notable el esfuerzo de los docentes implicados, no se puede impartir toda una asignatura en una lengua en la que el alumno tiene serias dificultades de seguir la clase. O bien todo acaba siendo un paripé y se maquillan resultados –o, materialmente, se da la clase en otra lengua- o, si se es riguroso, el alumno va a acabar odiando tanto la materia estudiada, como la propia lengua en que se imparte. Si se persiste en este error, el resultado será más fracaso.
En ESO hay que esperar a que suban los alumnos que ahora están en el primer ciclo de Primaria para hacer universal la impartición de asignaturas en lengua inglesa. Hasta que eso ocurra, habría que apostar en secundaria por las secciones europeas de adscripción voluntaria, haciendo que su oferta sea obligatoria para los centros y su elección optativa por parte de los alumnos. Así acompasamos los distintos ritmos de conocimiento del inglés que puedan tener unos y otros.
Además de ello, hay que otorgar a los centros margen para la elaboración de sus proyectos lingüísticos, de acuerdo con su entorno y recursos y huir del café para todos que, al final, provoca discriminación. En el PP ya deberían saber que no es lo mismo el igualitarismo que la igualdad de oportunidades. En este caso, son términos opuestos. No basta llenarse la boca con la palabra “autonomía” para luego dejarla absolutamente vacía de contenido. Ya nos lo recuerdan los responsables del informe PISA, España es un desastre en cuanto a la aplicación del principio de autonomía pedagógica. Y todos los expertos –incluso nuestras propias leyes- reconocen que es el principal factor de calidad educativa.
También es posible –aunque ahora no lo parezca- buscar un punto de equilibrio razonable entre aquellos que tratan el castellano como una lengua extranjera –una minoría- y los que abogan por la preterición de la lengua catalana del lugar central que le otorga el Estatut d’Autonomia. Se puede y se debe encontrar ese equilibrio y, además, tener en consideración la lengua materna de los alumnos. La escuela es un mecanismo de compensación que complementa a la familia, y no puede pretenderse un TIL idéntico para todos, ni puede ser igual en Son Gotleu y en Búger, por poner ejemplos simplificadores.
Y, finalmente, no podemos olvidar que nuestro conocimiento de una tercera lengua –el inglés- no va destinado a lograr su equiparación social con las otras dos –los niños no jugarán en inglés, ni lo hablarán en casa o en la calle-, sino orientado a ampliar nuestra competencia universitaria y laboral. Por eso, también habría que modificar de raíz la actual didáctica de las lenguas extranjeras. Lo importante no es que nuestros escolares aprendan gramática o sintaxis inglesa, sino que puedan mantener una conversación en esa lengua con ocasión de sus estudios o su profesión. Y, en esto, la administración educativa ha fracasado estrepitosamente durante décadas, aunque los recursos comunicativos –televisión y radio públicas- tampoco han ayudado lo más mínimo.
Por último, hay que recuperar la confianza en los docentes, que la sociedad ya les ha reconocido públicamente. La pelota, sin duda, está en el tejado del govern, que debe pasar de las palabras a los gestos y los hechos.
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