Jaume Santacana | Miércoles 29 de enero de 2014
Son muy interesantes los experimentos biológicos del doctor Klimowsky que he podido observar a través de un documental televisivo.
El doctor Klimowsky, como quien no quiere la cosa, agarra un pato, le abre la yugular y le recoge toda la sangre en un recipiente, ni mas ni menos que si fuese a preparar una salsa con ella; pero no, no se trata de cocinar un suculento “canard au sang”. El propósito del eminente científico es puramente biológico: al cabo de quince minutos Klimowsky va y mete otra vez toda la sangre dentro del pato.
Naturalmente, el pobre pato esta más muerto que el guerrero del antifaz y no basta restituirle su sangre para volverle a la vida…pero ¡atención! para esto el biólogo se ha sacado de la manga el “autoinyector” que, durante unas seis o siete horas le sirve a la vez de corazón y de pulmones.
Luego, cuando vuelven a funcionar por sí mismos, tanto el sistema circulatorio como el respiratorio del pato, se le quita a éste el “autoinyector” y, vuelto a la vida sin saber cómo, el simpático palmípedo va a contarle su aventura, con gran algarabía, a todo bicho viviente.
Este experimento es de un pragmatismo sin fisuras. Los anfitriones, por ejemplo, podrán matar un pato o cualquier otro volátil cuando esperen invitados de postín; si a última hora los invitados fallan a la cita, todo será cuestión de coger el ave sacrificada y volver a darle cuerda pidiéndole, educadamente, excusas por el mal trago.
El pato no es que sea, precisamente, un ser que, de regreso de la ultratumba, pueda darnos informaciones demasiado exactas acerca de lo que pasa por aquellas latitudes. Por eso, el doctor Klimowsky ha abierto la veda de sus prácticas a otro tipos de animales como los perros, tal como he podido visionar en el citado documental.
Hasta ahora siempre se ha dicho que nuestra vida es transitoria, pero ¿y la muerte? ¿Podrán los hombres del futuro andar yendo y viniendo de este mundo al otro y del otro a éste como quien dispone de un pasaporte diplomático y cruza las fronteras con absoluta naturalidad?
A mi, personalmente, no me seduce nada semejante perspectiva. He venido a este valle de lágrimas y en él estoy, aunque en las actuales circunstancias de crisis no lo encuentro muy divertido que digamos; pero cuando me llegue la “hora” no deseo que ningún Klimowsky de turno me resucite al cabo de quince minutos y me devuelva a las miserias humanas.
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