Joan riera | Jueves 09 de enero de 2014
No hay memoria de una hija del Rey de España declarando como imputada. No la hay desde el primer rey godo, Ataúlfo, allá por el siglo V, hasta nuestros días. No hay memoria de una hija del Rey interrogada por un instructor por unos presuntos delitos ligados a ser infanta de España. Si Urdangarín se levo seis millones de euros públicos de Palma y Valencia fue para pagar el palacete de Cristina. Se los llevó por yernísimo, no por jeta. Si Cristina tiene finalmente que sentarse en el banquillo nos encontramos ante un problema de Estado auténticamente volcánico. Sus antepasados Isabel II yAlfonso XIII se marcharon de España en 1868 y 1931, respectivamente. Pero cara alta. Ni el más radical de los republicanos se atrevió a pedir que fuesen procesados y encarcelados.
Son estos antecedentes los que hacen pensar que la Audiencia Provincial decidirá, de nuevo, que no procede la imputación de Cristina. No lo quiere el jefe del Estado, no lo quiere el presidente del Gobierno y da la impresión de que el jefe de la oposición, Rubalaba, cada vez está más cerca del Rey y de Moncloa en cuestiones de Estado. Parece visible la solidez de este triángulo, de este pacto para intentar salvar una estructura de poder que se ha mantenido incólume desde la Transición y que ahora corre peligro, en su conjunto, a causa de la crisis y de los enormes errores cometidos.
El volcán Cristina podría forzar la abdicación del Rey. Y en un ambiente de derribo institucional podría propiciar un soberano batacazo electoral tanto para PP como para PSOE, con el consiguiente ascenso de posiciones más radicales a la derecha y a la izquierda. Los sectores derechistas ultraduros de Madrid, que juegan la carta de la abdicación de Juan Carlos a través del procesamiento de Cristina, se están encontrando con una resistencia mucho más sólidas de la que esperaban. La jugada basada en un Felipe manejable y agradecido tendrá que esperar. El triángulo tiene mucho poder.
Además, los escándalos judiciales han dejado de tener el efecto de otros tiempos. Hay mucho inmunizado de las películas de terror. El PP estrenó legislatura pregonando la recentralización del Estado y la jivarización de los parlamentos autonómicos aprovechando las penurias de la crisis. En paralelo, comenzó el tam-tam para amedrentar a las élites catalanas: apareció dinero del padre de Artur Mas en Luxemburgo, dinero de la família Pujol hasta en Méjico, imputación de Oriol Pujol...Parecía coser y cantar. Pero la respuesta de la sociedad catalana fue épica: un millón de esteladas en la calle e impulso del proceso independentista. En Madrid quedaron boquiabieros, La fúria recentralizadora se disolvió como un azucarillo y, en paralelo, hubo un sorpresivo desvanecimiento de los escándalos judiciales en el Principado.
Cataluña, pueblo viejo y escaldado, no traga con ruedas de molino madrileño. No consiente que sus políticos sean zarandeados desde el otro lado del Ebro.
El problemón está en Madrid. Y el triángulo tiene que arreglarlo. Empezando por el caso Cristina, ahogada en el escándalo Nóos desde los tiempos en que Zapatero gobernaba con ingenua alegría inconsciente. Y siguiendo, en otro plano político, por Cataluña y su marcha hacia la independencia.
O el triángulo apaga ambos volcanes o los tres que mandan (Juan Carlos, Rajoy y Rubalcaba), y muchos que les vienen detrás, corren el riesgo de irse al garete. Por eso Cristina tendría que ser pronto redesimputada. Es el primer paso para salvar los muebles.
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