OPINIÓN

La soledad de Matas

Joan riera | Jueves 12 de diciembre de 2013
La política es cruel. Matas ha sido el presidente de Baleares más adorado por sus huestes. Le bastaba mover un dedo para que sus órdenes fuesen cumplidas ipso facto. La legislatura 2003-2007 fue la más vertiginosa que se recuerda. Cuando la primavera de aquel año Matas reconquistó el poder recibió desatadas y vistosas felicitaciones de empresarios de todas clases, sobre todo del sector turístico; de su disciplinadísimo partido, prácticamente del primero al último, y de muchos segmentos sociales. Le deificaron, le elevaron a los altares. No es que el se sintiese un semidios, es que le envolvieron de incienso y púrpura hasta niveles nunca vistos. Le reían las gracias, le hacían la ola, sus deseos se convertían en órdenes a la velocidad del rayo. Tocó el cielo con los dedos, porque así lo querían los que le auparon al poder y le hicieron volar por encima de las nubes entre halagos, espinazos doblados y sumisión semiasiática. Muchísimos rivalizaban por estar a su diestra, aunque fuese un ratito, para contentarle, por arrancarle la carcajada de la autostisfacción, para aguantarle el espejo.

En aquella vertiginosa legislatura se construyeron autopistas, variantes y desdoblamientos a un ritmo escalofriante, más allá de Llucmajor, hasta Sa Pobla, hacia Valldemossa, hacia Andratx, Y rotondas por todas partes a menudo con sus correspondientes esculturas...en cuestión de meses se resolvían complejísimos expedientes de expropiación, se hacían los concursos y se asfaltaba a todo pistón. Era lo nunca visto. A media legislatura al presidente se le ocurrió hacer un Metro...que se abrió al público ¡antes de las elecciones! Se batieron todos los récords. Tal furia en hacer obras públicas en tan poco tiempo es imposible que se haga realidad únicamente por los anhelos de un solo hombre.  Y encima con la izquierda callada, humillada por la derrota del 2003, aceptando resignados la derogación de la ecotasa, bestia negra de buena parte de los hoteleros.

Y de pronto, aquel dios perdió la mayoría absoluta y, condenado a la oposición, presentó la renuncia y se fue a trabajar a Washington. Y a los pocos meses, tras el vuelco en el Govern, comenzaron las denuncias. Y del paraíso cayó en el infierno. Ahora parece que nadie no ha conocido nunca a Matas en Baleres. Vive la soledad más tétrica. Toda una legión de antigos aduladores y peloteros ha perdido la memoria, el cerebro se les ha vuelto de sal, como en la Biblia.  Los que estaban cerca de él se limitan a decir y declarar que obedecían órdenes mientras trituran al dios que ellos mismos crearon, sin rechistar, sin discutir una sola orden, haciendo carreras para ver quien se portaba mejor y recibía de Matas el más cariñoso de los elogios.

Ahora la imagen de Matas se refleja, deforme y solitaria,  en un espejo cóncavo y grasiento.

Así de cruel es la política. Sobre todo si se ha sido líder al cual se ha mitificado y, sutilmente, manejado y exprimido. Y ahora que ya no sirve para nada, miran para otro lado cuando está a los pies de los caballos. Nadie de los que le llevaban bajo palio derrama una lágrima de lástima o de conmiseración hacia el semi dios caído.

Nadie desprecia más la miseria que los miserables.

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