OPINIÓN

¿Democracia?

Pere Muñoz | Sábado 23 de noviembre de 2013
Si en una sociedad existe miedo respecto a algunos de los tres poderes (legislativo, ejecutivo o judicial) no podemos decir que vivimos en plena democracia. Los responsables/miembros de estos poderes, básicamente del ejecutivo y el judicial, son peligrosos cuando actúan de manera discrecional, arbitraria y aleatoria. Lamentablemente, en nuestra Mallorca de hoy, se está confundiendo la legitimidad democrática que otorgan las urnas con un poder absoluto o discrecional que dista mucho de lo que debería ser una democracia participativa del siglo XXI, presente otros lugares como Gran Bretaña, Suiza, Francia o el mismo Estados Unidos.

La prepotencia del poder ejecutivo es muy criticable, pero al fin y al cabo los ciudadanos tienen un poder aún mayor: el de destronarlos cada cuatro años.

Ahora bien, la discrecionalidad, la prepotencia o los aires de superioridad de algunos miembros del poder judicial se mueve entre lo antidemocrático y lo vergonzoso. Este afán, que vivimos desde hace algunos años, de fiscales estrella con capacidad para acojonar –con perdón—a todos, para amenazar, para pactar, para perdonar, es según mi punto de vista una práctica muy alejada de las obligaciones de un funcionario público. Porque cabe no olvidar que por muy importantes, paternalistas y poderosos que quieran parecer algunos jueces y fiscales no estamos hablando más que de unos altos funcionarios al servicio de la sociedad.

Para los que somos de izquierdas ver como lo público tiene tantas fallas es tan triste como indignante. Y más aún, cuando los protagonistas de esas fallas también se declaran progresistas.

Aunque se combata la corrupción o el terrorismo no todo está permitido, no todo vale, porque si es así me merece tan poca legitimidad los corruptos o terroristas como aquellos que olvidan su ministerio público.

Comprobar que la Justicia no es justa, que el perdón está en manos de personas tan subjetivas como un ultra de un equipo de futbol, que pactar es posible (como si la verdadera justicia se pudiera pactar), no hace más que sembrar de dudas todo un sistema político y judicial que parece demasiado enfermo.

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