Matías Barón | Martes 19 de noviembre de 2013
Desconozco si los madrileños, de forma individual o colectiva, cometieron en esta o en anteriores vidas algún tipo de gravísimo pecado cósmico que les haga merecedores de soportar a la inefable Ana Botella como alcaldesa, teniendo en cuenta que no fue a ella a quien votaron, por lo que el castigo es sobrevenido.
Quizá tal castigo esté justificado por no ser capaces de encontrar, desde D. Enrique Tierno Galván, un candidato a ocupar dicho cargo con talla suficiente. Talla política y talla intelectual. Desde luego, Dª. Ana anda escasita de ambas, demostrando cada día lo grande, enorme, que le viene el puesto.
No se trata de hacer sangre ahora con el ridículo de la relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Esa actuación, cuando menos, aportó el humor necesario con el que afrontar el estrepitoso fracaso de la candidatura a celebrar los Juegos Olímpicos de 2012, 2016 y 2020. La culpa de la debacle no fue de Dª. Ana, aunque su lamentable actuación sirviera de coartada para justificar los votos en contra.
Se trata de poner de manifiesto que los espejos de la calle Álvarez Gato de Madrid, que sirvieron a Valle Inclán para definir el esperpento, nos devuelven la imagen de una Ana Botella superada por las circunstancias, a remolque de los acontecimientos, sobrepasada en sus aptitudes e incapaz de hilvanar un discurso de tres frases sin acudir al consabido papel escrito por otro. Ana Botella hace el ridículo en varios idiomas, especialmente en castellano.
La huelga de los trabajadores de tres de las empresas concesionarias de la recogida de basuras de Madrid ha sido el fin de la carrera política de Ana Botella. Y se ha ganado a pulso tal finiquito.
La recogida de basuras, según los artículos 25 y 26 de la Ley de Bases de Régimen Local, es competencia municipal.
Es práctica habitual que dicho servicio se gestione bien a través de empresas públicas (EMAYA en Palma, por ejemplo) o bien a través de concesiones para una gestión privada, como es el caso de Madrid.
La concesión de servicios públicos esenciales a una gestión privada es una práctica que rechazo por principios ideológicos, pero que es perfectamente legal y muy extendida entre equipos de gobierno del PP, y también del PSOE.
Pero el hecho de que la gestión se privatice mediante una concesión no implica que la titularidad de la competencia se privatice. La competencia sigue siendo del Ayuntamiento, sigue siendo responsabilidad de los representantes políticos.
Así, cuando tras una semana de huelga y con Madrid hasta la bandera de basura por las calles apareció la inefable Ana Botella haciéndose la desentendida, demostró que no puede seguir en el cargo ni un día más.
Pero como todo puede siempre empeorar, Ana Botella negó después que conociera de antemano los planes de las concesionarias de despedir a 1.000 trabajadores y de recortar a los supervivientes hasta un 45% de su sueldo, sueldo que se sitúa de media en los 1.200 euros y que pasaría a algo más de 600.
Cuando un Ayuntamiento lleva a cabo una concesión para la gestión de un servicio público lo hace, en general, para ahorrar dinero, y ese ahorro se fija en los pliegos de condiciones que rigen esa concesión. Es más: la Administración sabe perfectamente que ese ahorro provendrá de la reducción de los costes laborales, ya sea en forma de reducción de plantillas o de empeoramiento de las condiciones.
Por tanto, Ana Botella no puede hacerse la despistada y la ignorante cuando las concesionarias, las que querían despedir a esos 1000 trabajadores y condenar a la indigencia a los supervivientes, no hacían sino ejecutar el plan de ahorro diseñado por el propio Ayuntamiento.
Sin embargo, la miseria política de Ana Botella aun podía ir más lejos. Y lo ha demostrado en estos últimos días.
Tras 13 días de huelga, las concesionarias y los trabajadores han llegado a un acuerdo mediante el cual se evitan los mil despidos. Todos parecen satisfechos.
No obstante, Ana Botella viene ahora a reclamar un cambio en la ley de huelga para evitar la intimidación y la agresión que ha supuesto esta huelga de los trabajadores.
Habrá que decirle algunas cosas a Dª. Ana, porque a lo mejor se hace la tonta y no se entera o a lo mejor es que realmente cree lo que dice, y entonces la cosa sería aun más grave.
Hay que decirle que la huelga, igual que el cierre patronal, es un mecanismo de conflicto colectivo que permite a los que lo ejercen protestar contra algo que les afecta. Pretender que las huelgas se hagan cuando no molesten a nadie es, en el fondo, pretender eliminar el derecho a la huelga.
La necesidad de esta huelga, con todas las molestias que ha implicado, se demuestra cuando de los supuestamente imprescindibles 1000 despidos se ha pasado a que no haya ni un solo despido. ¿No cree, señora, que solo por esos 1000 ciudadanos que no se van a la calle ya valía la pena hacer una huelga? Yo creo que sí. Usted, se ve que no. Es mejor que estén en el paro esos 1000 alborotadores que ver basura por la Calle Serrano. Hay que ver qué sucios son estos obreros…
La “intimidación” y la “agresión” que tanto ofenden a Dª. Ana no ha sido más que el último recurso de miles de trabajadores tratados como pura mercancía, como mero coste empresarial, condenados a sueldos de miseria o al paro de larga duración, con el acuerdo y la complicidad vergonzante de un Ayuntamiento dirigido por quien no sabría dirigir una comunidad de propietarios, aunque fuera del Barrio de Salamanca.
Yo estuve en Madrid hace unos días. Y es cierto que se acumulaban las basuras, que las calles olían mal, y que era evidente que la basura se esparcía por la calle para incrementar las molestias.
Todo eso es verdad, y las quejas de comerciantes y ciudadanos estaban justificadas y eran razonables.
Pero los 13 días de huelga y las molestias generadas no son culpa de esos trabajadores que han peleado por su puesto de trabajo, por poder pagar la hipoteca y llenar la nevera para comer. Su lucha se ha revelado justa, porque a nadie se despide ya, porque los inevitables despidos se han convertido en acuerdo sin despidos, lo que demuestra que no eran inevitables sino cómodos y baratos.
La culpa de los 13 días de huelga no está en quien se defiende, sino en quien agrede sin justificación, en quien se lava las manos mirando hacia otro lado, en quien balbucea cuando no lee y se traba cuando lee. En quien entrega el cuello de los trabajadores sin analizar si es posible reducir costes de forma negociada. En quien le preocupa más el olor de la basura que la peste de la desvergüenza.
La culpa de los 13 días de huelga en Madrid es, sin duda, de Ana Botella y su equipo, si es que dispone de algo que merezca tal nombre.
Quizás Ana Botella pretende reformar la legislación en materia de huelga para que los agredidos, los que van a ser despedidos sin necesidad, ni siquiera tengan la opción de protestar, o que solo puedan hacerlo sin que nadie se dé cuenta, no sea que, como en Madrid, buena parte de la población se ponga, pese a todo, de su parte.
Ana Botella tiene la vida resuelta, al igual que su marido. Pero eso no le da derecho a humillar y a maltratar a los que no tienen tanta suerte. A los que pelean por lo poco que tienen. A la inmensa mayoría de ciudadanos que se esfuerzan por salir adelante como pueden. El mejor servicio que puede hacer a Madrid es irse a su casa. Seguro que quien le sustituya lo hará mejor.
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