Lunes 30 de septiembre de 2013
Bauzá no puede esconder la cabeza tras la impresionante manifestación del domingo. El presidente está obligado a dar la cara ante el vigor de la comunidad educativa en contra del TIL. Miles y miles de técnicos docentes, con el apoyo de buena parte de la sociedad civil, le exigen que rectifique. El primer valor de la democracia es el respeto. Si Bauzá no lo comprende, su divorcio de la realidad será inevitable. Debe atender al grueso de la comunidad educativa. Es el presente y el futuro de esta tierra. El presidente cometerá el peor de los errores si sólo escucha lo que le dicen sus adláteres a un metro de su despacho. No son los halagos sino el coraje político lo que desatascará la actual situación.
El presidente ha cedido otras veces durante la presente legislatura. Quería cerrar hospitales, pero se levantaron médicos y personal sanitario.Tuvo que dar marcha atrás. Después impulsó una amplia subida de impuestos. Aseguró que no recularía. Pero se le presentaron en el Parlament medio centenar de emprendedores y representantes de sus diferentes organizaciones y Bauzá enterró el hacha de guerra a toda prisa. Ahora se encuentra ante la tesitura de respetar a los cien mil que se manifestaron en Palma y a la parte proporcional de mayoría silenciosa que les da su apoyo o encerrarse en si mismo rodeado por su grupo de incondicionales. De su decisión depende frenar, o no, la ola de crispación extendida por todo el Archipiélago y con cada vez más repercusión en la Península.
La manifestación del domingo dejó clara una evidencia: tanto docentes como padres y sociedad en general admiten el trilingüismo, pero nunca a costa de ver mutilada la lengua y la personalidad propias de Baleares. Este es el punto irrenunciable. La comunidad educativa desconfía de Bauzá no porque promueva la lengua de Shakespeare, sino porque existen serias dudas de que esté dispuesto a defender con vigor y solidez la lengua de Ramon Llull y Joan Alcover.
A Bauzá le ha fallado lo más importante en la praxis democrática: las formas, el tacto y el respeto. Estos valores generan la confianza, que es lo que ha perdido el presidente. Y los que le rodean, lejos de ayudarle, le empujan cada vez más hacia el aislamiento y la ceguera al impedirle ver el auténtico calado de la revuelta que tiene ante sus ojos.
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