OPINIÓN

Tenemos que hablar

Lina Pons | Domingo 22 de septiembre de 2013
Si hay una frase que nos pone las pilas en las relaciones, - de pareja, fraternales, entre amigos, en el trabajo-, y que despierta todas las alarmas es sin duda ésta. Cuando a lo largo de mi vida he oído “tenemos que hablar” ya intuía, y he aprendido a saber, que se avecinaba algo dramático, algún reproche sin remedio o que me habían pillado en algún renuncio, falta o delito doméstico. Una vez, mi madre me dijo “tenemos que hablar”… Y supe enseguida que ya se había olido  que con Juan Luis,  mi primer novio, había habido algo más que un beso bajo la luna. Me lo dijo mi segundo novio, y supe también que detrás de su cuerpo serrano y su pronunciación del barrio de Salamanca, se escondían las maletas del adiós, y me lo dijo un jefe enfadado porque me acostumbré a llegar algunas veces,- no superé las cien-, media hora tarde. Sin embargo, esta frase se ha convertido ahora en la más añorada de cuantas me han acompañado durante mi extensa e intensa biografía. Y paradójicamente sólo la puedo añorar como simple espectadora. Pero la deseo. Incluso la deseo tanto que empieza a obsesionarme. A pesar del dolor que a veces acompaña a la conversación que llega después del “tenemos que hablar”, la prefiero mil veces antes que a un silencio confuso, difuso o engendrador de violencias. Siempre, sin excepción, detrás de un “tenemos que hablar” hay un hecho inequívoco: se despejan muchas incógnitas.

A veces se acercan posturas y otras se rompen relaciones para siempre, pero al menos nos reposicionan en la vida con nuevos datos. Hay dudas que seguramente no querríamos aclarar jamás, y de hecho, nos hacemos los remolones para dilatar en el tiempo la llegada de aquella charla que nos revelará lo que no queremos descubrir, perder o ver truncado. Pero aún así, cuando la frase en cuestión se materializa, afloja tensiones y sobretodo nos planta ante el espejo de nuestra realidad y la del otro u otros participantes en la conversación.

Por eso deseo, sueño y reivindico un “tenemos que hablar” entre un Presidente que nos representa a todos, y un colectivo que piensa en verde y que necesita una larga y esclarecedora conversación. Los silencios a veces hacen tanto ruido que laceran de manera irreversible los tímpanos, las voluntades y los corazones. President…. si me oye, “tenemos que hablar”. Con permiso del Rector, aunque no lo necesiten.

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