Gema Muñoz | Jueves 19 de septiembre de 2013
Morir o vivir, esa es la cuestión. Tomar una decisión de este calibre es duro, difícil, ante la disyuntiva, nos asalta la conciencia, la moral e incluso puede frenarnos el instinto de supervivencia.
El escritor británico John H Newman dijo: En un mundo superior puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir, es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces .En el negocio de la moda el cambio es vital.
Desde estas líneas lo confirmo: la Pasarela ha muerto¡, viva la pasarela¡. Es momento de cambiar. Los desfiles ya no cumplen las expectativas de venta, los diseñadores, viven angustiados por no poder seguir el ritmo de lo que se les demanda. Es hora de pensar en otro medio de promoción.
Hay que reflexionar. ¿Es realmente necesario subirse al circuito de producir más de cuatro colecciones al año? Los creadores sufren de un gran desgaste, ya no disponen de tiempo para viajar, para inspirarse, para recobrar fuerzas y comenzar la siguiente ronda. Todo va deprisa, se presentan colecciones una detrás de otra, se acude a cientos de pasarelas alrededor del mundo, se recibe información desde cualquier parte del planeta en tan solo unos segundos. El estrés se ha apropiado del sistema. Por ejemplo algunas voces alegan, que el ritmo del fashion bussines es el gran culpable de la caída de John Galliano y la causa de las curas de desintoxicación de otros creadores. Se paga un precio muy alto por mantener el cambio constante exigido por la moda.
A la enorme presión creativa que soportan los diseñadores, hay que añadir la imposición económica, participar en el negocio implica (si se pertenece a un grupo potente) dos shows de Alta Costura, dos de Prêt à Porter, en el caso de tener línea masculina hay que añadir dos más y sumar los desfiles de Resort y Prefall; ya tenemos ocho, si a eso añadimos las visitas promocionales a países emergentes, que solo dará tiempo de ir a dos, nos plantamos en 10 colecciones al año, esto tiene un coste económico altísimo para la empresa, pues no solo es plantarse en la pasarela, hay que promocionar, contratar fotógrafos, RRPP, pagar a las celebrities, etc. etc.
Por eso me cuestiono si quizás ha llegado el tiempo de parar un poco. ¿Quién nos ha metido en esta carrera desaforada? Que además no cumple las expectativas de cierta parte de consumidores, y si no, piense, quien no ha buscado una prenda de verano a mediados de agosto y se ha encontrado con todas las colecciones de invierno y prácticamente sin posibilidad de comprar algo que valga la pena.
Sin embargo existe otra parte del público que es aún más exigente, quieren y pueden comprar en live-stream lo que se está presentando en el desfile antes de entrar en producción. Luego están los compradores on-line que en los portales de moda, buscan esas piezas que nadie podrá tener por lo menos en las próximas semanas.
No puedo dejar de preguntarme ¿Nos hemos vuelto locos?, ¿o es tal vez que el lujo hoy en día sea la brevedad, el conseguir cualquier producto exclusivo en tan solo microsegundos? ¿Es la emoción inmediata de la compra lo que está alimentando la velocidad de consumo? ¿o tal vez el sistema en sí mismo, es una trampa del marketing donde se contagia al público de un falso deseo, de un anhelo desesperado con el fin de provocar una subida de adrenalina a falta de otros estímulos?.
Después de observar, analizar las últimas pasarelas de Nueva York, Madrid y Londres, opino que el ritmo de la moda es demasiado frenético, se ha perdido frescura, los desfiles en ocasiones son cansinos, casi aburridos, este tiovivo en el que está envuelto el fashion bussines desde mi punto de vista devora la creatividad.
Me pregunto si no sería positivo recuperar la tranquilidad, volver a las colecciones por temporada. Hay que dar a los diseñadores esos espacios de tiempo para serenar las ideas. No solo por los que están, sino por los que han de venir, a medida que la velocidad por la novedad aumenta, más lejos están los nuevos creadores de introducirse en el mercado. Un panorama que evidentemente nos priva del aire fresco que representan las nuevas generaciones.
Sigo pensando que la moda es un negocio y que los diseñadores no pueden perder esa dirección, pero también afirmo que la moda es creatividad, comunicación, un código cargado de significados que contribuye a entendernos y hacernos entender.
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