OPINIÓN

El suicidio de Montesquieu

Matías Barón | Martes 17 de septiembre de 2013
Algunos dicen que Montesquieu murió, sin más. Pero la verdad, entre nosotros, es que yo sé que se suicidó, harto de que se le citara permanentemente sin haber leído El espíritu de las leyes, y harto también de que lo tomaran tan en serio de boca para afuera y tan a broma de cerebro para dentro.

Se le atribuye falsamente ni más ni menos que la división de poderes en el Estado Moderno (falsamente porque los poderes ya venían divididos de antiguo en muchos sitios sin monarquías absolutas, y él se ciñe a describir ese sistema frente al despotismo y el absolutismo), es decir, que deben existir un Poder Legislativo, un Poder Judicial y un Poder Ejecutivo que, colaborando entre ellos, respeten su independencia.

Se afirma que ese es nuestro modelo.

Claro, la risa está garantizada, en tanto en cuanto al menos en el sistema que yo superficialmente conozco, el español, eso no es así, y no es así no por un mal funcionamiento del diseño, sino por el diseño mismo de nuestra tan cacareada Constitución de 1978.

El poder legislativo baila al son de las mayorías de gobierno que conforman el ejecutivo, y el poder judicial ve cómo su órgano de gobierno viene designado por pactos políticos que tienen mucho de cambio de cromos y poco de políticos.

Sin embargo, todos nos llenamos la boca con el nombre del Ilustrado Montesquieu, proclamando las bondades indudables de nuestra Democracia y de nuestro sistema político, que sobrevive gracias a los valientes (que los hay) que sí creen en los equilibrios y contrapesos de los poderes del Estado, aunque eso cercene ascensos y gloria.

El último en lanzar la piedra contra la cabeza de nuestro amigo Montesquieu ha sido el Presidente José Ramón Bauzá. Es cierto que cuando la lanzó, el cuerpo de Montesquieu ya oscilaba colgado por el cuello de una cuerda, pero no se crean, le acertó de pleno en mitad de la frente.

El Presidente del Ejecutivo, en poco tiempo, ha despreciado al Poder Judicial sacándose de la manga un Decreto-Ley en un par de horas para regatear una suspensión cautelar dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Baleares. Este es mi Decreto, dice Bauzá, y si no le gusta tengo otro. Que me perdone Groucho por compararle con alguien mucho más divertido que él.

Y no contento con ese truco de escapismo jurídico, ha afirmado que el poder legislativo está plagado de vagos que solo van a poner la mano sin trabajar, por lo que hay que reducir el número de diputados.

Rápidamente matiza afirmando que no, que los de su grupo no son los vagos, que los del PP trabajan mucho, así que los vagos, por exclusión, son los diputados de la oposición, de entre los cuales el que menos ha planteado cincuenta veces más iniciativas que algunos diputados del PP, o infinitas veces más, ya que cualquier número multiplicado por cero es cero.

Si tenemos en cuenta que Bauzá cuenta con una holgada mayoría absoluta, no parece razonable pensar que sus diputados le den muchos problemas ni que se opongan a lo que diga el Jefe.

El problema son los diputados de la oposición. Hay que quitarles pagas y reducir el número.

De esta manera, mientras el partido del gobierno asegura el salario a los suyos, trabaja en exclusiva y cuenta con todos los mecanismos para hacer su trabajo, se debe reducir el número de diputados de la oposición, y que cobren solo dietas por asistencia a los plenos (es decir, ocho meses de los doce del año, porque así lo prevé el Estatut).

¿Dónde queda la función parlamentaria de control al Ejecutivo? Despreciando a los diputados, llamándoles vagos y aprovechados (los de los otros, no los suyos) no hace ningún favor ni a la democracia ni a él mismo, ni desde luego a Montesquieu, a quién poco le importa ya nada.

Bauzá sabe que esa medida no se hará efectiva como él propone. Sabe que no puede dejar a Formentera sin diputado y que Mallorca ya está suficientemente infrarrepresentada.

Pero aunque no lo consiga, ya habrá puesto en cuestión el poder que se supone debe controlar su gestión al frente del Ejecutivo. Ya habrá conseguido que nos parezca que todos los diputados son unos sinvergüenzas.

Tengo la sensación de que vivimos en una democracia cada día peor, en la que los ciudadanos pintamos poco o nada, y en la que somos permanentemente engañados.

Si hay diputados vagos, Sr. Bauzá, no hace falta acabar con el Parlamento y dejarlo sin medios para que ejercite su función de control a su Ejecutivo. Sería suficiente con listas abiertas, o con listas cerradas no bloqueadas.

¿Por qué no habla de eso, Sr. Bauzá?

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