OPINIÓN

Mallorca light

Marc González | Jueves 22 de agosto de 2013
Aunque sea una percepción propia de quienes peinamos canas, tengo la idea recurrente de que asistimos a una transformación de nuestra isla en un territorio sin azúcar, cafeína, alcohol, gluten ni cualesquiera de las cosas que hoy día se consideran perniciosas y cuya carencia, en definitiva, convierte la isla y su sociedad en incolora, inholora e insípida. Y no hablo de comida, precisamente, sino de la evanescencia de gran parte del carácter que presentaba esta isla hace sólo 30 años. Vayamos por partes: Palma, centro experimental de todos los males que pueden aquejar al resto de Mallorca es hoy una ciudad –tan hermosa como siempre, claro- sin carácter, que se está convirtiendo en una especie de mall o centro comercial a la gringa donde sólo se ven locales de marcas y restauración de franquicias internacionales. ¿Exagero?, es posible, pero repasen la lista de comercios singulares que tenía esta ciudad y sus barrios aledaños, como Santa Catalina –me duele el alma al pensarlo-, y hagan recuento. De El Japón en los Ángeles a La Fuerza del Destino, pasando por Ca na Maria des Cego, Ca don Miquelet y hasta el decano de todos ellos, Ca la Seu. Y, si hablamos de bares, desde el mítico Miami, el Moka, el Niágara, el Niza... Afortunadamente, al menos ya no los sustituyen oficinas bancarias. De otra parte, no sólo el escenario se transforma en un parque temático para solaz de turistas de cruceros en las mismas tiendas y locales que hallarán en todas sus escalas; también los indígenas mallorquines se diluyen. Veamos, tengo la certeza de que jamás había habido tantos isleños capaces de leer y escribir más o menos correctamente en catalán, lo cual debemos al fenecido consenso político y a la escuela, a la que tanto se critica. En cambio, su uso social desciende escandalosamente. Hace treinta o cuarenta años, los mallorquines hablábamos una lengua que no sabíamos escribir y escribíamos una lengua que hablábamos, en general, pobremente. Hoy hemos conseguido alfabetizar a nuestros jóvenes en catalán, pero el mallorquín que hablan –cuando lo hacen- es pobre y preñado de expresiones que, siendo correctas, nos son por completo ajenas. Naturalmente, en los pueblos hay focos de resistencia a este avance del catalán de lata televisiva en detrimento de nuestra hermosa habla isleña, pero en Palma es una batalla perdida. Sin embargo, más allá de qué catalán hablen, el verdadero problema es que lo usen para más cosas que para responder el cuestionario de un examen. Una nota demográfica: A lo largo de la historia hemos sido una sociedad permeable, pero hoy el chaparrón nos está empapando y amenaza con causarnos una neumonía doble y matarnos. El mestizaje –no hablo de nada racial, los de siempre pueden dejar el onanismo mental para mejor momento- nos diluye literalmente en una sopa social que sin duda fue muy productiva en un país nuevo como los Estados Unidos, pero que pone en serio riesgo de exterminio a una sociedad vieja como la nuestra. Naturalmente, si “nuestra” Mallorca tradicional muere, otra la sustituirá, no hago un juicio de bondad o maldad de lo que está viniendo, quizás sólo de autodefensa, cualidad de la que parecemos carecer, como el Myotragus. Por cierto, algún sociólogo debiera estudiar la curiosa predominancia de la figura materna en la conservación en el núcleo familiar del carácter propio mallorquín. Repasen personajes públicos y miren el orden de sus apellidos. Como toda regla, tiene excepciones, pero sin duda Bauzá es el claro ejemplo de por qué a la lengua propia se la llama lengua materna. Y termino esta tormenta agosteña de ideas con una reflexión que ya he leído con relación al valencianismo. Probablemente, la ausencia en nuestra isla de una burguesía fuerte que la impulsara económica, social, política y culturalmente –como existió, por ejemplo, en Catalunya- sea una de las claves por las que haya sido tan fácil al “invasor” aniquilar -pacífica pero implacablemente- un modo de vida ancestral, que no volverá. Y eso me fastidia, claro.

TEMAS RELACIONADOS: