OPINIÓN

Una extranjera en mi tierra

Gema Muñoz | Viernes 19 de julio de 2013

De todos o casi todos es sabido que soy mexicana de nacimiento, pero mis veinte años en Mallorca me han hecho muy mallorquina. Aquí nació mi hijo, conocí el amor y me casé con él, he hecho maravillosos amigos, algunos de los cuales hace tiempo que me acompañan y otros que me acompañaran en el futuro.

Por todas esas razones me siento con la autoridad moral para opinar sobre las cosas que suceden en este pequeño paraíso que compartimos; es el caso del tema de esta semana. Me produce enorme tristeza sentirme extrajera en esta tierra que considero mía y no por cualquier extraña razón que se puedan imaginar, no, sino porque  por ejemplo comprar productos mallorquines o asistir a según qué sitios en las islas, se ha convertido en una seria dificultad. Me explico, me encantaría hacer lo que en buen mallorquín se dice “fer país” y poner por ejemplo, sobre una preciosa mesa de verano toda clase de productos de nuestras islas, pero los precios a los que se venden y la dificultad para encontrar algunos de ellos, hacen que las mesas de verano se llenen de productos de fuera, comprados en grandes almacenes y cuyo origen en ocasiones mejor ni averiguarlo. Triste, sí, pero cierto. Entiendo perfectamente que el gran problema con los precios es el elevado coste de producir aquí, que suele ser tres o cuatro veces más caro que hacerlo en otros países, la cuestión, es que eso impide que artículos de los que podríamos disfrutar con frecuencia se conviertan en objeto de lujo, a los que muchos no podrán acceder nunca o casi nunca, para luego protestar y quejarse porque empresas mallorquinas como el antiguo “ Caserío”  se encuentran en una difícil situación o lamentarse por otras que ya no existen. A todo esto se le añade lo que me ocurrió hace unos días, entré en una tienda dedicada a vender productos mallorquines y les costó muchísimo entender el mallorquín. Sin comentarios. Para colmo de los colmos, llamé hace unos días a un conocido sitio de moda, donde quería hacer una reserva para disfrutar del lugar y conocerlo, cuando vaya sorpresa  descubrir que las personas que atendían al teléfono – en concreto hablé con dos- no hablan castellano. Del mallorquín ya ni quise preguntar.  Me sentí indignada. Como es posible que estando en España, en Mallorca, donde hay dos lenguas oficiales, no me pueda comunicar en ninguna de ellas  y tenga que hacerlo en inglés o alemán porque son las lenguas en las que puedes entenderte con quienes están de cara al público. Anoto sobre este lugar, que algunos de sus inversores son hoteleros mallorquines, las paradojas de este país. Entiendo perfectamente que el turismo es la mayor fuente de ingresos de las islas, pero me parece un error olvidarse que además del turismo, los que aquí vivimos también sostenemos económicamente la oferta de restaurantes y bares. Lo dicho, una extranjera en mi tierra y sin posibilidad de solucionarlo.


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