Ayer fue un día oportuno para ver dónde está España: en el País Vasco, a punto de que los 'chicos' de Herri Batasuna ganen el Gobierno y planteen un desafío en toda regla; en Cataluña, con un partido dominante que ayer terminó de declararse independentista y que sólo pretende quitarse de encimas “las aguas podridas” de España; en Andalucía, tras treinta años de gobiernos socialistas que han tenido la virtud de mantener a la
región firmemente anclada en la pobreza, repiten fórmula; y en lo que queda de país, una crisis de caballo que ha llevado a los cristianodemócrata de Angela Merkel a enviar una misión para ver si convencen al Gobierno de que hay que ser serios en aplicar medidas de austeridad.
Y todo sin contar con que la Corona está tocada tras el escándalo Urdangarín, que la educación, aunque no tan mal como en Baleares, se arrastra en la más espectacular mediocridad, la función pública requiere de una reforma que somos incapaces de aplicar y, lo peor, la democracia está prácticamente secuestrada por dos organizaciones que ofrecen generosos síntomas de anquilosamiento. Ni siquiera hay que recordar que los sindicatos están entumecidos para alarmarse con el estado de este país. Casi nada.
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