Amancio Ortega acaba de donar 5 millones de euros al Ib-Salut para comprar material y equipamiento para el diagnóstico y tratamiento del cáncer en Balears. Según la presidenta Armengol esta donación convertirá en punteros los hospitales de esta Comunidad en la lucha contra esa enfermedad.
Esta noticia, a todas luces positiva, ha sido criticada entre una parte de la sociedad que culpan al fundador de Zara de la desigualdad en el mundo. Otros dicen que una aportación de 5 millones de euros para el hombre más rico de Europa y segundo más rico del mundo (quien a la hora de escribir estas líneas, posee la friolera de 84.700 millones de euros) requiere el mismo esfuerzo que si usted o yo donamos 5 o 6 euros.
Amancio Ortega no “solo” dona 5 millones de euros. Eso es lo que ha llegado a Balears. Las aportaciones que ha hecho a su Fundación, que es el organismo que decide el destino de los fondos, suman 234,8 millones desde 2001 hasta hoy y han beneficiado a más de 500 mil usuarios en el área social y 10 mil en el área educativa.
Por una simple regla de tres, su “esfuerzo” de haber aportado 234,8 millones de euros equivale a si usted o yo donamos 276. ¿Lo hacemos?
En puridad, no es lineal el esfuerzo de lo donado si se compara con el nivel de riqueza que se posee. Para una economía estándar con patrimonio hipotecado y cuotas que satisfacer a fin de mes, renunciar a 276 euros suponen un esfuerzo que, probablemente sería equivalente a bastante más de los 234,8 millones que ha donado Amancio Ortega, aunque en porcentaje sea igual. La razón es que estamos en ante una relación exponencial. En tramos de renta baja, desprenderse de una pequeña parte del patrimonio es más costoso que renunciar a un gran importe en tramos de renta hiperelevada. Un esfuerzo significa sacrificio y la vida del magnate será la misma con 84.700 millones o con 63.700 millones, que es lo que valían sus acciones en Bolsa en junio de 2015 y aun así mantenía su segundo puesto como hombre más rico del planeta. En aquel momento tenía ¡21.000 millones de euros! menos. Y sin despeinarse.
Amancio Ortega pasó penurias económicas cuando a los doce años dejaron de fiar a su madre por no poder pagar a los proveedores de su tienda de ultramarinos. Recordar sus orígenes humildes nos puede servir para entender que él no ha creado el sistema ni la desigualdad. Incluso fue víctima de él pero supo adaptarse al medio. Culparle a él de la desigualdad en el mundo es injusto e irresponsable.
Sus detractores argumentan que Ortega realiza donaciones para lavar su imagen por explotación laboral en países asiáticos o por conseguir un ahorro fiscal. No digo que no tenga que mejorar su gestión. Lo cierto es que en el análisis de puntos fuertes y débiles, el hecho de que aporte dinero a los más desfavorecidos es, como tal, un acto que merece un aplauso. Podría no haberlo hecho. Aunque, si procede, se le deben reprobar otros aspectos negativos que primero habría que demostrar. Nadie hace todo bien.
Amancio Ortega no solo dona dinero sino algo más: Una mayor esperanza de vida (cuando invierte en investigaciones sobre el cáncer) y una mejora en la calidad de los mayores o jóvenes (cuando invierte en temas sociales o en educación).
Valorar la aportación de Amancio Ortega solo en términos monetarios lleva a un análisis reducido de la cuestión. Si la donación de 5 millones de euros que llega a Balears sirve para salvar aunque solo fuera una vida, ese valor de la donación valdrá lo que valga la vida salvada y, aunque muchos no lo crean, el valor de una vida puede tender a infinito, sobre todo si es la de un ser querido. Incluso la de uno de quienes le critican.
Amancio, si me lees: Sigue donando. Y dona más. Como hacen tus homólogos americanos. Te lo agradecemos. Y, si encima, mejoras los aspectos que debes mejorar, tu ejemplo llegará a más gente y tu nombre pasará a la Historia de este país, en el que la crítica del éxito ajeno se ha convertido en deporte nacional. Eso tiene un nombre: El síndrome de Procusto por el que despreciamos al que sobresale.
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