Hace dos años y medio la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, juró y perjuró ante la prensa que ella nunca había recibido ningún regalo de la trama Gürtel y manifestó su indignación por el hecho de que se utilizara su nombre de esa forma.
La semana pasada, haciendo gala de un cinismo y una caradura mayúsculas, la alcaldesa reconoció abiertamente haber recibido obsequios, pero se excusó diciendo que “un bolso de Louis Vuitton es un regalo habitual, hay otros más caros. Todos los políticos y todos los funcionarios de este país reciben regalos en Navidad”. ¿Bolsos de 1.000 euros, es decir, más de lo que cobran muchos trabajadores en este país, un regalo habitual?
El error de la alcaldesa de Valencia demuestra que en este país muchos políticos se creen por encima del bien y del mal. Barberá reconoce que mintió y que por ostentar el cargo que ocupa ha sido agasajada, pero se queda tan pancha. ¿Para qué son esos regalos? ¿Por qué se hacen? ¿Qué se espera a cambio?
Es muy preocupante que un cargo público, sea el que sea, acepte un regalo como si fuera lo más normal del mundo, lo reconozca públicamente y el peso de la Justicia no recaiga sobre él. No se trata de obsequios en reconocimiento de su labor si no un intento de compra encubierto, una treta para influir en sus decisiones.
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