Categorías: OPINIÓN

Lo inútil

JAUME SANTACANA. Las flores son bellas, hermosas. Siempre lo he oído decir. Desde pequeño he podido escuchar en todas partes: “mira, que flores tan bonitas…”.

En mi casa hay una terraza. En ella tengo flores. Yo, la verdad, las observo muy a menudo y me dejan embelesado; pero nada más. Dedico un buen rato, cada día, a la contemplación de este bicho vegetal. Seguramente, siento una cierta satisfacción, pero al cabo de un par de minutos me pregunto: ¿y?

La pregunta responde, paradójicamente, a la demanda de utilidad. Las flores son bonitas, sí. ¿Pero para qué sirven? Pla, el escritor, opinaba que las rosas alcanzarían el máximo nivel de perfección si fueran comestibles. Hoy en día, el famoso escritor ampurdanés –y gran amante de la cocina, en todos sus estilos –alucinaría pepinillos al ver que muchos de los grandes cheffs internacionales, utilizan flores en sus recetas.

Normalmente, cuando me canso de contemplar flores, me viene al cerebro otra pregunta: “¿y la música? ¿para qué sirve la música?”. Y entonces, un servidor (valga la redundancia) –que tiene una cierta sensibilidad para la cosa musical, con perdón, y mejorando lo presente- se rinde a una evidencia absolutamente inapelable, contundente: para nada.

Muchas personas creen, firmemente, que “la música amansa a las fieras”; o lo que es lo mismo, que tiene un poder sedante sobre las psicologías humanas. Nada de nada. Uno puede llegar a concentrarse y decidir que sí, que padecía angustia, y que al escuchar el adagio del concierto de Bach para dos violines y orquesta se ha quedado como nuevo. ¡Por favor!

Algunas otras personas –en su propio derecho de opinar libremente – sostienen que la música es arte y que, solo por ese motivo, ya tiene razón de ser. ¡Pamplinas! Cómo va a ser la música un arte…Y, en caso de que lo fuera un poquito, ¿qué? Si ni tan solo se puede colgar como un simple cuadro…

Yo soy partidario de lo útil; aquello que, además de cumplir un  determinado objetivo, satisface las aspiraciones del usuario. Para poner un ejemplo, una pierna de cabrito, o de porcella, bien horneada o a l’ast, es el paradigma de la belleza y del placer. Son “objetos” táctiles, que existen, que se comen con delirio, que se disfrutan.

Una cama, un teléfono, una escultura (siempre que pueda ser utilizada como colgador), el simple papel higiénico, una buena pared de piedra seca, una botella de ron (con el ron dentro, claro)…

Pero flores, música, danza, cerveza sin alcohol, el mar…Eso ¿pa qué?

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