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Las palabras no son lo realmente importante

Echando un vistazo a vuelapluma a alguna de las noticias que van perfilando la actualidad informativa de estos días no puedo evitar pensar que, en más ocasiones de las deseables, las palabras limitan, obstaculizan, levantan muros en vez de derribarlos y, lo que es peor, hieren. Las palabras dependen de quién las pronuncia o escribe y de cómo se pronuncian o escriben, pudiendo ser mensajes de amor o latigazos de odio, hermosas manifestaciones de fina ironía o, por el contrario, dolorosas expresiones del más duro sarcasmo.

Por poner dos ejemplos que resultan lo suficientemente ilustrativos de esta realidad, basta referirnos a la situación política en la que se encuentra nuestro país, sin duda demasiado marcada por demasiadas palabras, o a esos problemas que, a mi modo de ver, emergen de la nada para convertirse en epicentro informativo mientras el común de los mortales seguimos dejando caer aquello de que “con la que está cayendo, y nos salen con esto…”.

En lo que se refiere al cada vez más extravagante intercambio de golpes entre los distintos partidos políticos que dicen representar la voluntad del pueblo español pero que cada vez dan mayores muestras de no tener ni idea de lo que el pueblo español quiere, cada nuevo día nos ofrece soeprendentes baterías de sabrosas declaraciones que, lejos de aclarar un futuro que todos queremos venga marcado por la esperanza y buenas perspectivas, no hace más que cubrirse de las tan recurridas líneas rojas que, además, da la sensación cada uno sitúa de tal guisa que resulte materialmente imposible llegar a ningún mínimo tipo de acuerdo de cierta entidad que, en última instancia, permita la investidura de un nuevo Presidente de todos los españoles.

Pero no sé si son las palabras, que como espadas se clavan en el adversario, dejando claro que hasta ahí se puede llegar, o son las personas. Porque ,a lo mejor, si fueran otras personas las que dijeran otras palabras y nos dieran la sensación a todos de que, de verdad, piensan en el bien de nuestro país y no en sus propios intereses, negociando, dialogando, renunciando a determinadas exigencias por alcanzar acuerdos de Estado, la situación sería bien distinta. Hace falta menos ego, menos telegenia, menos línea roja y menos principio irrenunciable. Necesitamos más diálogo, más negociación, más entendimiento, más cooperación, más comprensión y, sobre todo, es imprescindible escuchar a los demás. ¡Cuántas cucharaditas de empatía deberíamos tomarnos todos cada mañana!

Y qué decir de esos “grandes problemas” que precisan nos posicionemos de manera urgente y debamos adoptar una solución, también urgente, por el bien de la democracia. Es bien sabido que se ha registrado una proposición no de Ley para que el Congreso de los Diputados pase a denominarse, simplemente, Congreso, como medida simbólica de igualdad. En mi opinión, no hacen falta símbolos, no se trata de poner o quitar palabras, pues necesitamos auténticas muestras reales de que las desigualdades que existen entre hombres y mujeres desaparecen de una vez por todas confirmando nuestra madurez como país. Madurez que creo, por poner otro ejemplo venido de otro símbolo, de más palabras, brilla por su ausencia en toda la polémica en torno al derribo del monolito sito en Sa Feixina. Nada peor que un conflicto bélico, ningún horror supera a una guerra civil, vecino contra vecino, hermano contra hermano. Pero pasado el tiempo y con las heridas cicatrizadas, no sé que sentido tiene esa iniciativa. Y no es ya una cuestión de dinero, sino más bien de sentido común. Se había convertido en un monumento para recordarlos a todos; y ahora se demolirá porque no gusta a unos pocos.

En definitiva, a veces nos pierden las palabras. Nos agarramos a ellas como si expresaran exactamente lo que sentimos y lo que somos. Pero no nos equivoquemos, las palabras son meros instrumentos, simples herramientas de las que nos valemos y que, como todo en la vida, pueden ser empleadas para hacer el bien, o para herir. Y no olvidemos que detrás de esas palabras hay personas, estamos nosotros, los que debemos dar el paso al frente, los que debemos dialogar, comprender, escuchar y empatizar. Estamos nosotros, porque las palabras…no son lo realmente importante.

José Luis Mateo

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