Categorías: OPINIÓN

Sublime y extrema

¿Es posible pasar de una situación de felicidad sublime a otra de tristeza extrema?

Sí!

¿Cómo?

Cuando un amor se amplifica notablemente, aumenta su expresión interna, y los cauces de desarrollo del sentimiento revientan todas las válvulas, en aquel momento, aparece un proceso cargado de pasión severamente difícil de controlar.

No tiene nada que ver con aquel tópico del amor y el odio. Ahí, en este caso, el riesgo se produce a través de la sensibilidad, del exceso de sensibilidad, del fenómeno llamado hipersensibilidad. Este signo del carácter –genuinamente genético- se manifiesta de manera contraria a la dosificación de la sensatez. Son dos conceptos contrapuestos. Inmerso en la hipersensibilidad más rabiosa, el individuo que la padece tiende a magnificarlo todo,  en aras de conseguir su único objetivo en la vida: procurarle toda la felicidad del mundo a su ser amado.

Así, cualquier mínimo movimiento - que podría parecer, habitualmente, a los ojos del resto de seres humanos que tienden a la normalidad más exacta - inocuo o intelectualmente suave, se puede convertir en un infierno de dolor y sufrimiento, amparado por una especie de ceguera que, a la vez que sublima el sentimiento amoroso, lo destruye.

El mecanismo es el mismo: el amor. Lo que sucede es que ese, el amor más puro, encendido, radiante, escalofriante, energético, salvaje, generoso, “llora” cuando el “regalo” a la persona querida (dar felicidad total), por algún motivo, no llega a su fin.

No hay en este trámite ningún tipo de mala fe. Simplemente: una generosidad truncada, debilita el corazón del “donante” hasta que produce desespero; y el desespero causa desconcierto y, finalmente, se convierte en lágrimas duras, violentas, incontroladas; lágrimas que paralizan el otro corazón, el de la persona “receptora”, a quién va dirigido este torpedo de amor. Esa otra persona,  queda en una situación compleja, sin saber, exactamente, a qué atenerse.

Me he basado –para describir este estado sentimental- en las confidencias de una muy buena amiga, que sufre, enormemente, las garras de la hipersensibilidad de su pareja.

Le dí un consejo (mi amiga de toda la vida actúa como “receptora”): “Julita: ya se que debe ser terrible capear algún temporal causado por este estado de ánimo de exceso de sensibilidad de tu amado; pero debes pensar que, de otro modo, nunca nadie te habrá amado con total intensidad; que los besos y las caricias serán sublimes; y que nadie te dará tanto a cambio de tan poco: no le pierdas!

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