La política como herramienta

La política, como concepto, ha ido mutando a lo largo de los años posicionándose como una verdadera solución en la época de la transición del régimen franquista a la democracia para llegar, hasta nuestros días, concebida como un grave problema. Los motivos de ese cambio nuclear en la concepción de la “gestión de lo público” es la gran derivada del mal uso que se ha hecho de ella. Las máximas tales como “la política es el arte de lo posible, la política todo lo puede, en política puede pasar de todo”, y así un larguísimo etcétera, han contribuido a nublar la opinión de un concepto “política” que va mucho más allá de lo que debería.

Sin necesidad de remontarnos a tiempos pretéritos, la política es, en resumidas cuentas, la gestión de lo público (de lo del colectivo), y de las diferentes fórmulas de organización en la citada gestión.
En los últimos tiempos, años, hemos venido sufriendo el aspecto más nocivo de la gestión de lo público que se decanta por el abuso de la confianza a través de una mala gestión de lo público, la corrupción.
La corrupción no es más que la visión de la gestión de lo público desde la óptica del rédito personal, más allá del rédito colectivo. Así, la explicación a la corrupción las hay infinitas, unas más acertadas que otras, pero, en definitiva, la política tiene que ser concebida en la representación de una oportunidad para, cual palanca, poder activar el cambio necesario, el que apuesta por un verdadera hoja de ruta de reformas estructurales del sistema.

La esencia de la política tiene que transitar desde los conceptos anticuados y obsoletos de asistencialismo para todo hacia el concepto de liberalismo generador de oportunidades y valedor de capacidades y fortalezas de los individuos.

La política no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin, por lo que aquellos que apelan a frases hechas, huecas de contenido, tales como la buena o mala política, la antigua o nueva política, no son más que aquellos que se quieren aprovechar del concepto en su beneficio personal/partidista.

La política debe servir para confrontar proyectos sustentados en idearios, por lo que todo lo demás responde a estrategias de perversión del concepto.

La potencia de la política como elemento regulador y gestor de lo público se sustenta en el compromiso social, en la aplicación de un determinado sistema de organización de la sociedad y gestión de los intereses individuales y colectivos, por lo que aquellos que acomodan sus propuestas al devenir de los acontecimientos coyunturales, cual veleta a favor del viento que sopla, está condenado a no encabezar la magistratura de la gestión de lo público.

La real politik comprende la toma de decisiones respecto de la responsabilidad que tienen que asumir los que gestionan el ámbito público y pretender que en la política cabe todo es un error de concepto y un canto a la tergiversación de la realidad.

Las utopías no tienen cabida en el concepto de política como herramienta para el cambio, porque la generación de expectativas irreales conlleva a la decepción, a la desafección y a cultivar el antisistema.
En definitiva, la política no es el “arte” de prometer, consensuar y difuminar proyectos políticos a cualquier precio, sino más bien es el “arte” de plantear un determinado modelo en base a los principios sustanciales del compromiso con la ciudadanía (programa electoral) y que tiene que tener como objetivo prioritario organizar el modelo en base al arbitraje entre contendientes.