Ramón Socías es la excepción que confirma la regla en ese gallinero en el que se ha convertido la cúpula del PSIB, en el que no se respetan ni entre ellos mismos y en el que, como muy bien dice el todavía delegado del Gobierno, al primero que saca la cabeza se la arrancan.
Socías ha sido durante estos años un político sencillo y discreto, ha estado donde tenía que estar y se ha dejado de gestos grandilocuentes y frases para la historia. Tuvo que vivir uno de los momentos más duros que se han vivido en estas Islas, como fue el atentado mortal de ETA contra los guardias civiles Diego Salvà y Carlos Saenz de Tejada, y lo hizo con total serenidad y dignidad, estando donde debía estar en cada momento.
Tal vez fue ahí donde vio “de cerca el alma de la Administración”, esa a la que ha aludido en su despedida, el alma que le ha distinguido de personajes tan nefastos para el partido como Francina Armengol o Vicenç Thomàs, el alma, en definitiva, que posiblemente le haga perder, si se presenta, las elecciones a la secretaría general, porque para estar ahí no se puede tener alma.
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