Categorías: OPINIÓN

"Jugar" al fútbol

Lo sucedido el pasado fin de semana en el campo de fútbol de Alaró nos ha consternado a todos. Algunos padres y algunos de los jugadores de los equipos que disputaban el encuentro, se vieron envueltos en una bochornosa y lamentable batalla campal cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo. De momento, la Comisión Antiviolencia de la Federación de Fútbol de las Islas Baleares ha decidido denunciar los hechos ante el Tribunal Superior de Justicia de Balears y estudiará la posibilidad de personarse en el procedimiento judicial penal o administrativo abierto como consecuencia de lo ocurrido. Por su parte, el Comité de Competición acordó ayer por la tarde la clausura cautelar de los campos de ambas entidades en lo que se refiere a los partidos de sus equipos infantiles y solicita a la Federación que ponga en conocimiento de la Oficina de Defensa del Menor de Balears toda la información de la que dispone para que pueda evaluar "el daño sufrido por los menores al ser testigos directos del comportamiento de sus progenitores, y acuerden las medidas correctoras procedentes". En un procedimiento que todavía no ha concluido, parece ser que ambos clubes se enfrentan a una sanción de 1.500 € cada uno, la clausura de sus respectivos campos, que puede prolongarse hasta un año para los equipos de la categoría afectada o, incluso, la expulsión de la competición. Por otra parte, especial atención merece la respuesta rápida y, a la vez implacable, de las dos entidades afectadas: la UD Alaró ha retirado el equipo infantil de la competición y la UD Collerense ha apartado a dos de sus futbolistas por la participación de sus padres en la trifulca, así como al hermano de uno de ellos. Lo cierto es que, en el marco del sinsentido de los hechos por todos vistos y oídos, es de agradecer la ágil y contundente respuesta de los clubes implicados y las declaraciones llevadas a cabo por sus máximos responsables, hablando en términos de vergüenza, bochorno, impotencia y pidiendo disculpas por el espectáculo ofrecido.

Es absolutamente lamentable que se produzcan estos inexplicables hechos por incontables y muy diversas razones pero, lógicamente, resulta especialmente triste pensar que hablamos de deporte de base, fútbol jugado por niños, por nuestros hijos. Algo estamos haciendo mal y algunas medidas debemos tomar al respecto. Sí, es cierto que, para empezar, estamos hablando del deporte rey. Efectivamente, más de 265 millones de personas juegan al fútbol en el mundo y alrededor de 5 millones están vinculadas de algún modo a este deporte (como árbitros, entrenadores, directivos…) Por tanto, esto implica que el 4% de la población mundial está vinculada al fútbol. Pero lo que hace que este deporte sea tan importante, que sea seguido por millones de personas, su grandeza, es también, sin duda, su mayor debilidad. Se mueven intereses de muy diversa índole, no todos dignos de admiración, genera presiones acordes a la cantidad de dinero que mueve alrededor del mundo y, por si esto resultara poco, su profesionalización está acabando con ese lado romántico, puro, hermoso que tiene todo deporte que se vive con sana pasión. Por poner un ejemplo, difícilmente pueden lamentarse hechos como los ocurridos este fin de semana en deportes, también de equipo, como el baloncesto (qué bonito es el deporte de la canasta), rugby, balonmano o, sin ir más lejos, el fútbol sala.

Efectivamente, aunque nos duela reconocerlo, estamos hablando de un deporte que lo puede todo, que genera odio y amor al 50% en cada partido; que por sistema no respeta a las personas encargadas de guardar el orden durante los 90 minutos de juego (esos siempre sufridos árbitros); en que el insulto, el menosprecio, la mofa y la humillación se tienen como algo habitual y hasta aceptable; un deporte en que los que deberían dar ejemplo no son en absoluto conscientes de que tras cada imagen, tras cada mal gesto, tras cada insulto, hay un niño; en que hay determinados campos donde por sistema siempre “pasan cosas”; donde personas al frente de importantes federaciones están bajo sospecha; donde algunos padres y familiares pagan su frustración y mal humor con quien menos lo merece; y donde el resultado, al final, parece que ha de ser lo único relevante.

Definitivamente, algo estamos haciendo mal y, a la vista de todas las variables implicadas, no se trata de un problema de fácil solución. No obstante, todos y cada uno de nosotros desde nuestro concreto ámbito, tenemos una misión que cumplir y algo que cambiar. Desde las Federaciones, con un mayor control sobre todo lo que sucede en los terrenos de juego, los colegios de árbitros, los clubes, jugadores, prensa y aficiones…todos tenemos cuota de responsabilidad y todos debemos jugar nuestro particular partido contra esta enfermedad que tanto mal está causando a este deporte.

¡Ah! Y a todo esto, me gusta el fútbol, siempre me ha gustado. A mi hijo también le gusta y, de hecho, juega a fútbol sala. Y al menos desde la perspectiva desde la que me permito escribir estas líneas, como padre de ese joven jugador que entrena y juega cada fin de semana, tengo claro que, para empezar, nosotros no podemos permitirnos el lujo de equivocar el objetivo final que pretendemos conseguir. En lo que a mí respecta, lo tengo meridianamente claro. Mi hijo juega porque, en primer lugar y lo que es más importante, disfruta jugando y es feliz. En segundo lugar, porque nos parece enriquecedor que practique un deporte de equipo, que aprenda en qué consiste el trabajo colaborativo y el enriquecimiento individual a través del esfuerzo de un conjunto y el apoyo de unos compañeros que puedes conservar toda tu vida. Y en tercer lugar, mi hijo juega a fútbol sala porque queremos que profundice en determinados sentimientos y valores que en el deporte se pueden adquirir de forma sana. Efectivamente, en la vida en muchas ocasiones ganará, progresará con facilidad y obtendrá merecidos triunfos, pero en otras tantas perderá, tropezará, caerá y tendrá que levantarse, deberá aprender de sus errores y hacer frente a sus fracasos…porque eso es vivir. Pues bien, el deporte nos proporciona la maravillosa oportunidad de tomar buena nota de esas cosas sin heridas, sin las dolorosas marcas que te deja la vida. Aprendes jugando y creces como persona. Impagables razones por las que creo un niño debe practicar un deporte. Y los padres tenemos la obligación de velar por que esos principios básicos se cumplan. Desde el momento en que perdemos la perspectiva y cuanto más nos alejamos del objetivo, todo empieza a derrumbarse, se corrompe, pierde su sentido y toda su razón de ser. En ese preciso momento, el fútbol deja de ser un juego y se convierte algo muy distinto.

En definitiva, espero que todos aprendamos de lo ocurrido este fin de semana en Alaró. Todos deseamos que no vuelvan a repetirse hechos tan vergonzosos porque, en última instancia, con la cabeza fría y el corazón en la mano, quiero pensar que todos queremos y buscamos lo mismo: que nuestros hijos sean felices y que disfruten jugando…jugando al fútbol.

José Luis Mateo

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