Categorías: OPINIÓN

Generación COVID, Generación perdida

Hace diez meses que no se habla de otra cosa que no sea algo relacionado con las muertes provocadas por el coronavirus, del destrozo de la economía y de las trifulcas políticas suscitadas por la gestión de la pandemia.Y, en medio de este burdo sainete, el Gobierno de España ha pasado el rodillo en muchos aspectos que afectan a la organización social del país; concretamente en la educación aprobando la LOMLOE. Una ley que no goza del consenso ni de las cámaras parlamentarias ni de la comunidad educativa. Hasta aquí nada nuevo. Más de lo mismo.

Lo realmente importante se deriva de la siguiente reflexión. A corto plazo el COVID-19 nos deja dos cursos escolares heridos; y todo apunta que en el próximo, la lisiadura no habrá acabado de cicatrizar. Si la escolarización global de un alumno son doce cursos, el COVID-19 ha afectado a una cuarta parte del proceso educativo de la población escolar española.

¿Cómo vamos a gestionar esta situación para paliar los efectos en la sociedad? No olvidemos que, en estos momentos, en España solo podemos competir en el exterior con capital humano, conocimiento y talento puesto que nuestros gobernantes se han dedicado a dilapidar las industrias que generaban riqueza en nuestro país.
La mediocridad de nuestros políticos ha provocado que no se pongan en valor las consecuencias educativas que el COVID-19 está provocando. Bueno, sí, rectifico. Lo han puesto en valor a su nivel de capacidad que no es otro que aprobando una Ley de Educación que no da respuesta a las necesidades reales por las que va a pasar el sistema y mucho menos dar las respuestas necesarias para paliar y minimizar los efectos secundarios de la pandemia en el sistema educativo.

En el momento que la LOMLOE recoge que para promocionar o titular en ESO no serán determinantes el número de asignaturas suspendidas, mi mente empieza a atacar cabos y hago el nudo que demuestra que esta cuerda lo que pretende es estrangular la cultura del esfuerzo. Rebajar más aún el nivel para maquillar unas tasas que nos hagan quedar bien en los informes PISA.

Permítanme que acabe recurriendo a un ejemplo magnífico que utiliza Gregorio Luri en su libro “El deber moral de ser inteligente” relacionado con el esfuerzo y el talento. Él sitúa la diferencia entre la mediocridad y el talento en la práctica intensiva y lo ejemplifica con el caso de Mozart. El compositor escribió su primer concierto con veintiún años, pero llevaba ya diez estudiando piano. Aquí es donde radica la clave del éxito: la entrega. Y la entrega es sinónimo de esfuerzo. Sin esfuerzo no hay recompensa.

Manuel Blanco

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Manuel Blanco

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