«Podemos pide al Rey que visite la fosa de Son Coletes. Me parece muy bien, si también visita en Menorca el muelle Atlante, la tapia del cementerio d’es Castell y los fosos de la Mola, donde el frente popular asesinó a más de un centenar de clérigos, civiles y militares. Sería un acto de reconciliación. De no ser así, se quiere utilizar al Rey para que oficialice un acto de sectarismo histórico».
Así me escribía un amigo esta mañana. Dejó en el tintero una petición de visita a la sepultura de un sacerdote asesinado de dos disparos, dentro del ayuntamiento de Ferrerías, por el miliciano Marqués, un 23 de julio de 1936. Hacía poco más de un mes que había celebrado su primera misa, con veinticuatro años. No tenía tendencias políticas. Sencillamente, llevaba sotana, y al miliciano no le gustaba. Sus convecinos no le delataron, ni le señalaron como objetivo, era apreciado por ellos. Simplemente, para el miliciano era un cura.
Mi amigo lo silencia, para no ser estimado de tendencioso o interesado. Gran diferencia. Nosotros, los no progresistas, los creyentes más o menos practicantes, apocados, cautos, silenciamos lo que la historia refleja como verdad. Nosotros no vamos con antorchas recorriendo por la noche son Coletes, ensalzando fosas, restos o recuerdos. Tampoco depositamos rosas rojas ni blancas sobre lápidas. Es otro modo de vivir el desastre de la guerra civil. Por el contrario, percibimos impasibles como la historia está siendo reescrita por los perdedores. Y mientras estos presumen de su derrota, niegan valor, niegan credibilidad a quienes entendieron que España no podía ser un satélite de Stalin, del comunismo bolchevique.
Ellos también gritaron «No pasarán», y lograron con sangre que los jefes comunistas, borrachos de oro, saliesen por piernas de nuestro país. Luego vino lo que vino, una dictadura que pudo morir en la cama de un hospital levantado, como otros muchos, durante su existencia.
Ahora contemplamos, no solamente la reescritura de un período nefasto de la historia de España, sino la demolición de una epopeya desconocida en otra historia ajena; peregrinar de una dictadura a una democracia desde y por la ley. Sin armas y sin resistencias, con renuncias de los detentadores de todo el poder, asumiendo el salto a un sistema democrático. En una palabra, Transición, maldita transición, que ahora se pretende borrar de la reciente historia para dar el brinco de una república a otra. En medio, la nada y, a lo sumo, la presunta corrupción facilitadora de todos los cambios habidos y por haber, siendo la propia «difamaciones mediáticas».
Son escalones que hay que saltar. Los que no han visto un miliciano en su vida, ni una checa, ni un campo de exterminio, ni una cartilla de racionamiento, ni una rodaja de pan negro con manteca; los que han conocido la escuela pública gratuita, la sanidad gratuita, la libertad de manifestación, de expresión, de prensa y tantos otros derechos, ahora maldicen de unos hombres y mujeres que supieron dar la vuelta a un régimen para transformarlo en esta democracia, en una sociedad liberal hasta el extremo. Ellos no nacieron en la dictadura, ellos ya nacieron con un pan debajo del brazo y con una Constitución entre las manos. El compendio de derechos y libertades fundamentales que ahora les ampara.
Y contra eso se rebelan. Desean cambiarla por la suya, la que no tiene ni derechos ni libertades, simplemente demolición de sociedad, de sistema, de tradiciones, de creencias. Juan Carlos I, el que pudo aceptar que «todo está atado y bien atado», optó por recuperar el espíritu de concordia y mutar unas Leyes Fundamentales por una Constitución. Y contó con hombres y mujeres que supieron apoyarle y sostenerle en su ideal y enfrentarse y convencer a sus adversarios internos. Aquel «Error, un inmenso error», fue un gran acierto del monarca. Y como les duele profundamente, hay que desacreditarlo para provocar su salida del país, como segunda trinchera de la guerra que están gestando. La primera ya cayó, el anticlericalismo. No arden iglesias, de momento, pero sí han logrado que no se abran y que el pueblo creyente se acostumbre al silencio de la jerarquía. Y proseguirá esa escalada; la escuela concertada es el siguiente objetivo. O sea, la escuela privada, más o menos católica, ahogada con el virus de la ideología de género y de la llamada memoria histórica.
España, despierta ya, o cuando lo hagas el dinosaurio ya se habrá ido. Es decir, la Transición será un sueño nostálgico, la división de poderes una quimera, el subsidio una especie de trabajo, la libertad de opinión un medio de loa del nuevo sistema, el enaltecimiento del orden imperante una obligación, el nepotismo una costumbre y la desafección al régimen comunista un delito grave. Despierta ya, las generaciones pasadas que levantaron este país, sus derechos y libertades, no se merecen tu silencio.
Aunque te acusen de sectaria, de interesada, despierta, España. Hazlo pronto y sin complejos.
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