Cuando todavía no hemos sido capaces de regular nuestro espacio urbano con un mínimo de garantías para evitar siniestros de lo más variado, cuando todavía se montan unos atascos infernales apenas caen unos milímetros de agua, cuando no ha quedado más remedio que aleccionarnos regalándonos o quitándonos puntos de una cartilla imaginaria, cuando en ciudades como Palma (por ejemplo), es todavía inútil intentar conducir por el carril lateral, aunque la calle tenga tres carriles, porque sabemos (los de aquí), que encontraremos alguien aparcado en segunda fila, resulta que mientras todo eso esa sucediendo, la Unión Europea ya trabaja desde hace varios años en la regulación del denominado ESPACIO AEREO URBANO.
La previsión que hace la UE es clara: en pocos años habrá tantos drones volando sobre nuestras cabezas, nuestras casas, nuestro espacio urbano, e incluso los primeros vehículos voladores en fase de prueba, que la delimitación del ESPACIO AEREO URBANO se ha convertido en una necesidad y no, como muchos piensan, en un capricho de aficionados a las películas de ciencia ficción.
Por contra de los que muchos creen, la imparable evolución tecnológica sólo supone un peligro en dos supuestos muy concretos: cuando no existe capacidad de adaptarse a los cambios y cuando no existe voluntad de hacerlo. Nuestras administraciones públicas se enfrentaran en breve a un reto completamente distinto a los que habían tenido hasta ahora porque el tortuoso camino para la elaboración de cualquier norma (tenga el rango legal que tenga), será incompatible con los efectos de la revolución tecnológica que ya ha comenzado.
Hasta ahora si la administración tardaba años en legislar en sede de cualquier materia, causaba daños evidentes e indemnizarles (que a veces se reclaman y otras no en los Tribunales). A partir de ahora su buena suerte (la de una Administración Pública obsoleta y enquistada en burocracias interminables), ya no dependerá de que un ciudadano se pueda permitir o no pagar a un abogado para demandar a la administración, sino que pasará a depender de hechos tan simples como que un dron de un particular esté fotografiando a su vecino, o de que vecino le pegue una pedrada al dron y se lo cargue, y eso por poner ejemplos sencillos y que representan, es evidente, sólo la punta del iceberg.
La Administración no avanzará como hasta ahora, sumida en esa nebulosa de los años veinte, entre papeles y polvo, sino que intuyo que incluso será prioritario hablar de nuevas tecnologías, de cambios radicales para la aprobación de nuevas normas, antes que hablar de política. En definitiva, lo que no habremos conseguido los ciudadanos de carne y hueso, lo conseguirán los robots.
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