Categorías: OPINIÓN

Spain. Another Japan?, 40 años después

Estos últimos días hemos sabido por los periódicos que 39 prominentes científicos e investigadores enviaron, a finales de octubre, una carta al presidente del gobierno, Mariano Rajoy, en la que exponen su preocupación por los recortes en los presupuestos de investigación y, sobre todo, manifiestan su inquietud ante la eventualidad de que no se convoque para el año que viene el Plan Nacional de Investigación, lo que, a su parecer, resultaría catastrófico, ya que supondría la “parálisis del sistema de investigación”. También solicitan que se mantenga el programa Ramón y Cajal de contratación de jóvenes investigadores y se cree la agencia nacional de investigación. La Conferencia de Rectores de Universidades Españolas a su vez, también ha manifestado su rechazo al recorte de la financiación de la investigación y desarrollo en los presupuestos generales del estado de 2013.

Las restricciones en la financiación de los equipos y proyectos de investigación puntera pueden arruinar en pocos meses lo que ha costado años levantar. La cancelación de proyectos, la disolución de equipos, el cierre de laboratorios, pueden liquidar de un plumazo años de esfuerzos y líneas de investigación avanzadas y, si se producen, el daño será irreversible y llevará años, o décadas, volver a la situación actual.

La investigación es un elemento fundamental del futuro de la economía de un país que pretenda ser avanzado, ya que genera conocimiento, patentes y tecnología que le colocan en posición de ventaja competitiva. Renunciar a la investigación y desarrollo es comprometer el desarrollo futuro y condenar a nuestra economía a un papel subalterno, dependiente de las innovaciones de otros.

 

La noticia de la carta ha provocado en los medios digitales un debate en el que muchos de los comentarios son muy críticos con los firmantes, al menos con algunos de ellos, haciendo referencia a lo anquilosado de las estructuras de los centros de investigación, a comportamientos despóticos de, al menos, algunos de los miembros de la elite científica española, a la falta de perspectivas y futuro de los investigadores de base, los becarios, doctorandos, contratados, asistentes, etc., a lo inadecuado del reparto de los presupuestos, a las redes clientelares establecidas por directores y catedráticos, a las “trampas” en oposiciones y a toda una variedad de otras críticas referidas a aspectos del día a día de la investigación en centros y universidades españolas. Seguramente muchos de los comentarios reflejan situaciones reales de equipos y centros concretos y el funcionamiento global de la estructura de investigación de España tenga serios defectos, pero ello no empece que la disminución de los presupuestos sea una tragedia para todos, de hecho, peor para los que están en la base del sistema, ya que, al reducirse los recursos, los primeros que se verán afectados serán precisamente los se encuentran en situación más precaria.

 

Hace casi 40 años, en mayo de 1973, Philip H. Abelson, físico nuclear estadounidense, conocido, además de por sus aportaciones a su especialidad, por sus escritos y opiniones sobre la ciencia en general, muchos de los cuales aportaban puntos de vista novedosos, a contracorriente del pensamiento general del momento, algunos provocativos, siempre interesantes, publicó en la revista Science, una de las dos revistas científicas generalistas más prestigiosas del mundo, la otra es Nature, un artículo editorial titulado: “Spain – another Japan?” (España - ¿otro Japón?) (Science, volumen 180, nº 4085, 4 de mayo de 1973, página 448). En dicho artículo, Abelson hacía referencia a un estado de opinión con cierta difusión internacional en ese momento, que comparaba el crecimiento económico español con el que llevó a Japón 20 años antes a convertirse en una potencia económica mundial. En su artículo él no creía que ello pudiera llegar a ser posible y una de las principales razones que aducía era, precisamente, la pobreza de la estructura española de investigación. Venía a decir que, mientras Japón había creado un sólida, importante y bien dotada estructura de investigación y desarrollo, que le había llevado a se un país puntero en avances e innovación tecnológicos y científicos, que habían dado a sus industrias una ventaja competitiva y le había convertido en la segunda potencia económica mundial, la economía española, el país, carecía de una base significativa de investigación y desarrollo, lo que la hacía dependiente de la transferencia tecnológica desde otros países, mientras que los jóvenes investigadores se veían obligados a emigrar para poder desarrollar su vocación científica y concluía con una frase demoledora: “es triste ver como una nación desprecia su recurso natural más importante, sus cerebros”.

 

Con el tiempo, parecía que habíamos conseguido detener, o, al menos, reducir, la sangría de la fuga de cerebros, incluso se había podido recuperar a algunos de los que se habían ido. Sin embargo, la situación actual no invita al optimismo, parece que la emigración vuelve a ser la única alternativa para la mayoría de nuestros investigadores jóvenes si quieren proseguir sus carreras científicas, eso, o dedicarse a otra cosa. 40 años después, Abelson, que murió en 2004, podría escribir otro artículo con el mismo título, solo que en este caso haría referencia a dos países con problemas económicos. Japón lleva ya más de 10 años en recesión y en España ya sabemos como estamos. Pero Japón no ha dejado de ser una potencia económica de primer orden, ha aguantado admirablemente bien una recesión tan prolongada y nadie duda de que acabará saliendo de la crisis, puesto que los cimientos de su economía siguen siendo sólidos y sigue dedicando grandes recursos a la investigación, desarrollo e innovación. En España, en cambio, con una crisis que no lleva ni la mitad de años que la japonesa, nos estamos hundiendo a velocidad de vértigo, vamos directos hacia la semiliquidación del estado del bienestar, de la sanidad, la educación y la asistencia social públicas y existe un riesgo cierto de que se desmantele la estructura de investigación que tanto ha costado consolidar. Es terrible que, 40 años después, podamos acabar con la misma frase: es triste ver como una nación desprecia su recurso natural más importante, sus cerebros.

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