Una de esas ministras que servían para cumplir la cuota de mujeres en el Gobierno acuñó la frase de que el dinero público no es de nadie. En el caso de las cajas de ahorros la cuestión es más interesante porque estamos ante todo el dinero del mundo, sin dueño. Las cajas, otrora instituciones aplicadas al desarrollo de la economía y la atención a los más desfavorecidos, cayeron en las manos de los políticos, después de la creación de las autonomías. Eso, en un error del que nadie responderá, ha supuesto que se haya arramplado con ellas, hasta su situación actual, en la que apenas parece que se salvará un puñado de entidades.
Los casos más escandalosos son los de las cajas que están prácticamente quebradas, como es la Caja de Ahorros del Mediterráneo, las cajas catalanas que se agruparon en Unnim, la de Castilla La Mancha y las cajas gallegas. Allí, no sólo se hundió la economía de las entidades, sino que los caraduras que las gobernaron se fijaron salarios e indemnizaciones de por vida tal como si ellos hubieran sido buenos gestores y hubieran logrado para estas cajas la solvencia más ejemplar. Y allí van, tan tranquilos. Lo terrible no es que esto haya sucedido, sino que haya tenido lugar años después del inicio de la crisis, cuando hasta el más ignorante sabía que alguna de estas cajas debía tener el techo de cristal.
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