MARC GONZÁLEZ. Resulta interesante observar cómo se está desarrollando la recomposición del mallorquinismo político a partir de dos hechos incuestionables: La desaparición fáctica de UM por una parte, y el giro del PP balear hacia postulados diametralmente opuestos a la línea regionalista -cañellista, en definitiva- que ha barnizado a ese partido en los últimos veintitantos años, por otra.
La desbandada más o menos forzada de los uemitas -históricos y menos históricos- produjo una diseminación que, curiosamente, no benefició en absoluto a los demás partidos existentes. Es una vieja teoría pesemera la de que si UM desaparecía, los uemitas correrían raudos a refugiarse bajo las cálidas alas del PP. Menudo chasco se llevaron Biel Barceló y los demás instigadores intelectuales del exterminio del nacionalismo de centro -el nacionalismo, según ellos, sólo puede ser "progresista", donde "progresista" es igual a PSM-, pues ni los votantes ni los militantes de la tan cacareadamente extinta UM se movieron un ápice de su espacio, aunque lógicamente se desorganizaran. En parte, ese desbarajuste vino motivado por el hecho de que algunos de los que debían capitanear la regeneración de ese espacio abominaban públicamente del partido que acababan de dejar, sembrando el desánimo entre todos aquellos que pensaban que no todo se había hecho tan mal y que merecía la pena luchar por mantener las ideas sin contribuir a criminalizarlas. Otros ya se encargaban suficientemente de esto último.
El experimento de CxI fue útil, por tanto, para no dejar en la cuneta a tanta gente de los diferentes pueblos Mallorca que permanecía aferrada a sus ideas y que, en el fondo, seguían -y siguen- sintiéndose, sobre todo, y aunque les pese a sus nuevos líderes, de UM. Otro gallo cantó en Palma, pues el mallorquinismo palmesano fue incapaz de organizarse en tan poco tiempo, pero donde, a día de hoy, subsisten bien vivos el sentimiento y las ideas.
Lo de los populares es distinto, pues indica la naturaleza del regionalismo que nutría sus filas. Hasta hoy, y pese al acoso evidente y nada disimulado de Bauzá y la facción digamos más españolista del PP, ese sector ha sido incapaz de organizarse en torno a unas ideas comunes. Lamentablemente, el incesante goteo de regionalistas defenestrados de cargos y responsabilidades dentro de su partido no ha servido para aglutinarlos. Sólo una vez que han sido expulsados o se han marchado más o menos voluntariamente del PP comienza a barajarse la posibilidad de que se sumen a proyectos en marcha.
Lo que quiero decir, que me parece que no soy suficientemente claro, es que los regionalistas no han abandonado el PP por seguir defendiendo colectivamente unas ideas, sino sólo cuando se ha hecho evidente que no podrían seguir ostentando la cuota de poder a la que aspiraban.
Y, sobre esa premisa, es muy difícil dotar de credibilidad a ningún proyecto político, pues a la que tengan la oportunidad de regresar al poder -pongamos, por un inesperado, aunque ansiado por ellos, giro del PP- sus flirteos con el mallorquinismo se acabarían. El mallorquinismo sólo es un segundo plato.
Ese es el lastre y el problema que debe superar cualquier proyecto autonomista, regionalista, nacionalista o como diantre quieran llamarlo sus impulsores. Su pasivo, en términos contables, es que a los expeperos sólo les interesa mantener la cuota de poder perdida. Su principal activo, heroico diría yo, es que, pese a la que cae, sigue habiendo veintitantos mil mallorquines dispuestos a defender sus ideas aun a riesgo de no alcanzar ninguna cuota de poder.
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