Dejen de lado cualquier intento de encontrar morbo en este escrito por muchos datos estremecedores que rodeen al homicidio de género perpetrado por un chaval en Son Servera. Lo de las edades de agresor y víctima deben hacer reflexionar. Mientras esta sociedad (padres, amigos, políticos y educadores) no lo haga, seguirá pegándose un tiro en el pie.
No dejo de preguntarme qué debía tener en la cabeza la joven Victoria, asesinada por su pareja sentimental este viernes en el nordeste de la isla. Me gustaría saber qué debía tener en la cabeza para retomar una relación sentimental con 19 años con el mismo joven que dos años antes ya la había agredido con violencia. El presunto homicida fue denunciado, juzgado y condenado con sólo 20 años de edad por violencia en el ámbito familiar contra una niña de 17 que ya no sabrá qué es tener 20 años.
Si tuvo el valor y coraje para denunciar aquello, ¿Por qué volvió con él? ¿Qué trampas seductoras pudo utilizar Carlos para convencerla para volver tras cumplir varios meses de alejamiento por orden judicial?
Estaremos de acuerdo que ante un caso de violencia de género las segundas oportunidades no tienen cabida. La reincidencia está al orden del día (salvo que el agresor condenado haya recibido tratamiento profesional, y no siempre). Lo dicen todas las estadísticas.
No sé qué tenía ella en la cabeza. Pero tampoco sé qué puede tener en la cabeza un chaval de 20 años para que su novia lo lleve ante el juez por malos tratos. Vean. Ahora con 22 ha terminado la faena.
Lo de las edades de ambos me trae de cabeza. Sin justificar ninguna actitud de discriminación ni de violencia por razones de género, ni por ninguna otra, podría quedarme con la 'mala vida' que cuentan en Son Servera que llevaba el chaval. Tampoco es justificación ni excusa para la violencia. Los vecinos de ella comentan ahora las constantes broncas. Broncas en la segunda y última etapa de la relación. ¿Nadie advirtió del peligro?
No busco más culpables que el que ya está entre rejas. Pero habría que hacer caso al último informe del Consejo General del Poder Judicial presentado esta misma semana y que anunciaba un aumento de las denuncias por violencia de género entre los más jóvenes.
En los más jóvenes, en los niños incluso, parece que debe inyectar la sociedad esa cambio en la educación, en las costumbres. Si en la juventud o adolescencia damos por buenas según qué conductas, en la madurez ya están integradas en la forma de ser y vistas y vividas como lo más normal del mundo. No hay que llegar ahí. Si no, seguiremos pegándonos un tiro en el pie.
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