A cualquiera le gustaría tener en su territorio empresas punteras, que generaran no solo empleo sino también publicidad, prestigio o lo que los finos han venido en llamar “sinergias”.
No cabe duda de que Campofrío ha sido y esperamos que siga siendo una de las empresas alimenticias más reconocidas, generando en la zona en la que se ubican sus plantas cientos o miles de puestos de trabajo.
No obstante, disponer de empresas punteras en una zona determinada o tener un concreto sector económico pujante ha generado en excesivas ocasiones una relajación en la búsqueda de alternativas, en el trabajo por la diversificación.
Ejemplos hay muchos. La marisquería, la industria conservera y la pesca en Galicia, la minería en las cuencas asturianas, la metalurgia y siderurgia en Euskadi o en Sagunto, la agricultura en Extremadura o Andalucía, el Turismo en Baleares o Canarias…
Durante años, una determinada actividad económica acapara la atención de todos. Todo se vuelca en su desarrollo y el mercado laboral se especializa en esa materia concreta. Dado que todo, aparentemente, funciona a las mil maravillas, todo se fía a la buena salud de esa actividad.
Se abandonan actividades e industrias que no sean las relacionadas con la industria preponderante y poco a poco el peso sobre el PIB de dicha actividad es tal que sin ella, literalmente, un territorio determinado entraría en colapso económico.
Y aquí es donde se empiezan a superar los límites de la prudencia. Porque es totalmente imprudente el monocultivo económico. Es, en mi humilde opinión, una completa irresponsabilidad que un único sector económico acapare en un territorio toda la atención de las administraciones, del mercado laboral o de los inversores.
No se trata de impedir que dicha actividad no sea rentable. Todo lo contrario. Se trata de que siga siendo pujante, que siga generando empleo, riqueza y beneficios pero que no suponga la única opción. Que manteniendo valores absolutos se controle su peso relativo en relación con el resto.
Porque a veces suceden tragedias como la quema de la planta de Campofrío y resulta que 1.200 familias se quedan sin trabajo y sin alternativa, porque estando Campofrío para qué se iba a montar nada más.
Porque a veces el carbón asturiano pasa a ser un pozo sin fondo insostenible económicamente y resulta que a miles de trabajadores se les deja sin futuro por no haber sido capaces de pensar en alternativas tras décadas de subvenciones.
Porque los Altos Hornos se cierran en una reconversión industrial y hay que reinventarse.
Porque a veces un petrolero siniestro se parte frente a tus costas y convierte tus playas y tus mares en un infierno negro.
Y porque, en nuestro caso, el turismo es un bien tan preciado como miedoso, y cualquier problema de seguridad, de clima, de transportes…, puede dejarnos desarmados y sin opciones.
Por tanto, y visto que las barbas de nuestros vecinos han sido arrancadas de cuajo, convendría que nos pusiéramos manos a la obra. Convendría ser conscientes de que por mucho que hayamos obtenido gracias al turismo, es imprescindible apostar por nuevos sectores económicos que absorban el desempleo y diversifiquen nuestra economía.
Quizás no haga falta inventar nada nuevo. La industria de la piel, de la madera, la industria agroalimentaria, la innovación tecnológica, la investigación, son algunas opciones. Algunas con más potencial, otras con más solera.
Pero entre todas podrán formar una red de protección por si algún día nuestro motor se gripa. Por si algún día necesitamos un plan b, una alternativa o un refugio.
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