Categorías: OPINIÓN

Intolerable

Rabia y tristeza son los sentimientos que me provocan los incendios forestales, tanto más en un año como éste, especialmente virulento.

Aunque, a priori, no soy partidario de las reformas de la legislación penal en caliente –nunca mejor dicho- y aunque probablemente la respuesta a esta tragedia deba ser abordada también desde otros campos, lo cierto es que en nuestro país se es muy benevolente –diga lo que diga el código penal- con determinados delitos contra el medio ambiente que causan estragos de miles de millones de euros, al margen del daño ecológico, y se es muy estricto, por ejemplo, en la aplicación de las penas al político malversador de tres mil euros. Parece como si el reproche social y, sobre todo, el fiscal, fuera mayor si un político –un apestado social, por tanto- comete una infracción que arrebata al erario unos pocos miles de euros, que si un desalmado quema un patrimonio natural centenario que las próximas generaciones ya no van a poder disfrutar. Y eso que estamos en un país que vive del escenario, porque la función se acabó hace ya tiempo.

Quien quiera deducir de mis palabras una cierta justificación o lenitivo para la corrupción es que no ha entendido nada. Pero, lo cierto es que en la aplicación del derecho penal en España la ecuanimidad brilla por su ausencia. Aquí lo que prima es la desproporción, la caricatura, el esperpento y el péndulo, signos de identidad patrios.

A la alimaña que, consciente y dolosamente, quema un bosque –me importa un rábano si es un pirómano, un anciano resentido, un asocial o simplemente un imbécil- debiera caerle una pena que, al menos, lo alejase del peligro para lo que resta de su maldita vida. Para los descerebrados que causan daño por imprudencias evidentes –paellitas en el bosque, colillas por la ventana, etc.- también debiera haber sanciones, si no penales, sí económicas, severas. Y, sobre todo, en ambos casos, no estaría mal que se aplicasen, que no quedasen como casi siempre en papel mojado.

Al margen de ello, no estaría mal segar de raíz los peligros, prohibiendo simplemente fumar al volante, algo fácil de resolver y que además contribuiría a mejorar la salud de los conductores y sus acompañantes y a evitar un buen puñado de accidentes por distracciones.

Si a lo anterior le sumáramos mucha más inversión en prevención –limpieza de bosques, con incentivos económicos que nos ahorrarían millones- y formación desde edades tempranas en la conciencia de lo que significa nuestro patrimonio natural, no sólo para nuestra vista, sino también para nuestros bolsillos, probablemente mejoraríamos mucho nuestros índices de siniestralidad.

Aun así, nuestro clima determina que los incendios forestales no sean una rareza, pero, por lo menos, ayudaremos a minimizar su número y efectos.

Nunca más debiera repetirse un año como éste.

 

 

 

 

 

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