En la periferia de la Pascua, Rajoy puso sus cartas sobre la mesa, anunciándonos más recortes -qué remedio-y, en nuestro caso, la perpetuación de un sistema que nos perjudica como a ninguna otra comunidad.
Aportamos solidariamente al sostenimiento del estado más de un 14 por ciento de nuestro PIB y recibimos, a cambio, la menor inversión por habitante. Esto ya era así, ciertamente, pero la novedad es que rompemos la tendencia a corregir esta injusticia y ahondamos en ella. Bauzá reacciona rápidamente afirmando que al fin tenemos un presidente del gobierno valiente. Y se queda tan ancho. Ni una queja, hay que seguir sembrando en Madrid.
Y, al drama general, se une el específico de nuestra única fuente de sustento. La pluscuammallorquina Isabel
Borrego se traga sin lubricante alguno la posposición in aeternum del proyecto de la Playa de Palma. Hasta los hoteleros comienzan a ponerse nerviosos. El estado tiene que seguir financiando el PER, no puede invertir en reformas estructurales de comunidades "ricas" como la nuestra. Mientras, nosotros insistimos en financiar un Palacio de Congresos que no quiere gestionar ninguna empresa, salvo que se lo regalemos.
Y, cuando creíamos que eso era todo, Rajoy recibe una llamada de Berlín y, al primer tiempo del saludo, nos
anuncia recortes adicionales de 10.000 millones en sanidad y educación que, por supuesto, pagaremos más que el resto de los españoles.
Sin embargo, para el Govern los problemas más graves de los isleños siguen siendo nuestro vicio por hablar en
mallorquín y la confusa denominación de nuestra capital. El logo de Palma con el culo en pompa, de lo más sugerente.
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